Los atentados de Londres nos conmueven profundamente. De nuevo la locura humana en nombre de la justicia, de la religión, interviene matando e hiriendo sin compasión. El terrorismo actual es una masa gelatinosa, no se sabe dónde está el enemigo, ni cuándo atacará. Toda guerra es siempre una derrota de la humanidad. La del terrorismo y las que se hacen en nombre de la civilización cristiana y occidental, que se erige en juez y fiscal del mundo, para juzgar si los demás tienen democracia, bombas, petróleo o negocios que alteren el desorden mundial.

Una cadena de radios española, el 10 de julio por la madrugada, anunciaba las conclusiones a las que llegaron expertos en el estudio de agresiones terroristas: Habrá próximamente nuevos ataques y se utilizará la bomba atómica. Desasosiego, pánico, alarma. Vivimos en sociedades aterradas, sumidas en el miedo, que a pequeña y a gran escala piensan que la solución está en armarse y en atacar.

Sin embargo, lo que contribuye a la seguridad es la paz, no el poderío bélico. Y la paz se conjuga con desarrollo. Este no es solo un problema económico y político, es esencialmente un problema espiritual, tiene por clave el sentido y la finalidad de la vida. Los atentados se realizaron al mismo tiempo que se reunían los representantes de los ocho países más ricos, todos varones. Y estos jefes de Estado que ejercen el poder en nombre de la democracia fueron incapaces de lograr acuerdos que se hicieran eco del clamor mundial para erradicar la miseria, caldo de cultivo y expresión de casi todos los terrorismos.

¿No será hora de librarnos de la esclavitud de la guerra? Normalmente estas terminan con un tratado de paz, por lo tanto lo único inevitable es la paz, no la guerra.

¿No será que tenemos que inventar otros caminos para resolver los problemas, conflictos y diferencias?

No sé de ningún país que tenga ministerios para la paz, todos o casi todos los tienen para la guerra, disfrazada de defensa. La paz siempre es objeto de una apuesta y un desafío. No se puede probar, tiene que ver con la economía, pero también con los afectos y la creatividad; es imperfecta porque nunca se logra del todo. Hay que rehacerla todos los días.

En nuestro país, muchos colegios instruyen en defensa personal. ¿Se invierte el mismo tiempo y recursos en enseñar las experiencias positivas que la humanidad ha tenido en resolver conflictos sin utilizar la violencia armada y la venganza? Ejemplos hay muchos desde la India e Inglaterra, Finlandia y Rusia, los sindicatos obreros en Polonia, pasando por cambio de gobiernos como el sucedido en Ucrania, o más recientemente en nuestro país, hasta la manera de resolver conflictos de las comunidades indígenas de Chiapas o muchas otras cercanas a nosotros.

Lo sucedido en el sur de Argelia, hace cerca de veinte años, marcó mi vida y fue inspiración para mis opciones futuras. Los touaregs, señores azules del desierto, son un pueblo altivo y guerrero, que recorren en camellos vastos horizontes del desierto del Sahara. Nómadas, habitan en carpas donde la hospitalidad es sagrada. Al viajero que llega se le recibe con un vaso de té verde, es un huésped enviado por Dios que honra al que lo acoge. Una de las familias del campamento sufrió la pérdida del hijo mayor a manos de un salteador de caminos. En medio de su dolor, bajo un sol de plomo, el padre de familia ve un forastero perdido y sediento que pide ayuda. Lo invita a su carpa y en ella se queda para rehacer sus fuerzas. Pocos días después llega la policía del desierto. Informa al jefe de familia que la persona hospedada es el asesino de su hijo y le pide entregarlo. Él sale al desierto, permanece en silencio todo el día, ora en la noche, y a la mañana siguiente informa, a la guardia que lo esperaba, que el forastero se convertirá en el hijo que perdió.