En Mataje y otras poblaciones de Esmeraldas, los militares limitan el paso a la frontera, por seguridad.

Son las 18h00. El sol se oculta entre las plantaciones de palma africana y los rezagos de bosque esmeraldeño. La garita de control de la Armada se asegura y desde ese instante, hasta las 06h00 del siguiente día, queda cerrado el paso a la parroquia Mataje, ubicada a 3 km, a orillas del río de igual nombre, limítrofe con Colombia.

Los matajeños, resignados, quedan aislados durante las noches.

“Es algo difícil la vida después de esa hora, pero debo aclarar que si los habitantes tenemos alguna urgencia, los señores de la Armada nos apoyan y si es por emergencia, hasta nos facilitan el transporte para salir a San Lorenzo”, afirma Beatriz Arroyo, dirigente comunitaria.

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Lo dice en presencia del jefe del Comando de Operaciones Norte de Esmeraldas, capitán de navío Aland Molestina, quien le aclara que la disposición de impedir la movilización por la zona durante las noches beneficia a la población por el conflicto que vive la vecina Colombia entre el Ejército y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

Sobre todo –aclara el comandante– es para evitar que desconocidos traten de utilizar la vía para contrabandear con armas, drogas o cualquier producto no permitido.

Convencidos o no, los habitantes de Mataje, distante a 14 km del cantón San Lorenzo, soportan los efectos de los controles que la Armada impone en la zona fronteriza entre Esmeraldas y Colombia.

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Molestina reconoce que al otro lado del límite predominan los grupos irregulares, especialmente las FARC, por la ausencia de las Fuerzas Militares colombianas.

Cita que más de 2.000 soldados patrullan esta zona fronteriza, desde el océano Pacífico, siguiendo por los ríos Mataje y San Juan, hasta Tobar Donoso, colindante con Carchi.

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El Comando de Esmeraldas agrupa dos batallones de la Armada, el de Infantería de Marina, para custodiar las instalaciones petroleras y el centro sur de la provincia; y el San Lorenzo, con un destacamento en Mataje, que protege el mar y el estuario del Mataje, hasta Corriente Larga. El Comando también involucra al Grupo de Fuerzas Especiales del Ejército, que opera desde Corriente Larga hasta Tobar Donoso.

Molestina destaca que el control fronterizo en esta región es difícil. Hay una serie de canales que sirven como pasos clandestinos. Operativos han permitido incautar armamento, algunos de uso exclusivo del Ejército, combustibles, pequeñas cantidades de droga y dos plantaciones de coca en suelo ecuatoriano.

Uno de los objetivos es evitar que ocurran dos delitos comunes en Colombia: los secuestros y las “vacunas” (pedir dinero bajo amenazas). Según el oficial, ello no se da.

Igual que en San Lorenzo, habitantes de otros poblados fronterizos como Palma Real, El Viento y Pampanal de Bolívar, afirman que les dificulta acostumbrarse a las restricciones de circulación nocturna, aunque ellos están acostumbrados desde hace más de cinco años a no navegar en la noche, por temor a piratas.

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No obstante los controles, el acceso de colombianos a Ecuador o de ecuatorianos a Colombia se da de cualquier forma. Los primeros llegan para adquirir alimentos y los otros van a buscar trabajo.

En la frontera se notan cambios. Frente a San Lorenzo, hasta hace un año todo era deshabitado. Hoy funciona un bar adonde, según afirman pobladores, no solo llegan a divertirse campesinos sino integrantes de grupos irregulares, vestidos de civil. También hay otras casas y se prevé establecer un pequeño pueblo.

Mientras desde Corriente Larga, “aguas arriba” del río Mataje, pobladores y militares ecuatorianos observan regularmente el paso por suelo colombiano de guerrilleros, uniformados y armados.