“Solo para joder a la Iglesia”, contestaba Javier Bardem ante la pregunta si se casaría en el evento que fuese homosexual. Para quienes no son asiduos del cine, debo aclarar que Bardem es probablemente el actor más conocido y reputado de España, a quien lo que le sobra en talento artístico, parece escasearle en cuestión de sentido común.

Y es que uno puede o no tomar partido en el asunto de las bodas gays, pero hacerlo solo para exteriorizar una indignación personal contra una institución, es otra historia. Comienzo por lo primero, ya que España incorporó en días pasados la posibilidad legal de que una pareja del mismo sexo contraiga matrimonio, lo cual constituye una total tergiversación del sentido y naturaleza del contrato matrimonial.

Argumentos hay suficientes para aseverar que la unión homosexual puede llegar a ser normada y legislada, pero no convertirse en matrimonio, sin caer por ello en el discurso homofóbico. El problema es que en estos tiempos, los extremos se saltan con mucha facilidad, pues la respetable no discriminación se ha convertido en patente de corso para convertir lo posible en absurdo.

Hay otros países que incorporan leyes muy claras respecto de la convivencia entre homosexuales, sin llamarla matrimonio, creando derechos y obligaciones similares a las que pudiesen devenir de una unión de hecho. Que esas uniones sean amparadas por el derecho, puede ser objeto de una confrontación legal, moral y religiosa, pero reconoce una realidad que no puede ser ignorada, menos aún despreciada. Debe insistirse, sin embargo, que esas legislaciones se resisten a incorporar el contrato matrimonial como base legal para tales uniones, ya que un sentido natural se lo impide. Encuentro una respuesta demagógica en la legislación aprobada en España, más allá que se diga que lo único que molesta es la utilización del término matrimonio. No es lo único, a pesar de que a la línea recta no se la va a llamar nunca oblicua.

Pero el punto más polémico de la legislación recién aprobada no es la incorporación del matrimonio homosexual, sino la posibilidad de que las nuevas parejas adopten niños, lo cual ciertamente desnaturaliza la estructura de relación filial. ¿Papá?, ¿mamá? Tremenda ironía del derecho, puesta al servicio de un experimento social. No es justo, sin perjuicio de que se reconozcan situaciones coyunturales para las cuales la ley no tiene respuesta. Una simple pregunta, más científica que trivial: ¿quién defenderá la convicción heterosexual de esa criatura adoptada? No lo sé y tampoco lo sabe Javier Bardem quien repite que se casaría si fuese homosexual, solo por joder a la Iglesia. Y qué hacemos, ¿simplemente callamos?