Libros, libros nuevos. En país de escasos lectores, pero proliferando, multiplicándose a un ritmo respetable. En ocasiones sin mucho criterio de calidad, por responsabilidad personal de autores más movidos por su entusiasmo que por su autocrítica, pero como soy fiel al apotegma de Plinio: “no hay libro que no contenga alguna cosa buena”, siempre me alegraré del nacimiento de uno nuevo.

En esta ocasión me voy a referir a un título que me cupo en suerte presentar. El libro Mujeres frente al espejo brota de la necesidad de hacer constar la presencia femenina en países desmemoriados como el nuestro, que tiende a descuidar la obra de sus predecesoras. O a hacer injustas menciones, siempre incompletas, cuando se trata de destacar ciertos aportes o acciones.

Un libro como este permite recordar los problemas de género en materia de agrupación de artistas, porque, ¿cuándo se ha visto una antología que declare de manera expresa una colección de creaciones masculinas? Se da por sentado que cuando una recopilación ostenta solo nombres de hombres es porque no hay valores literarios femeninos que mencionar. Por eso, las mujeres se siguen afanando en publicaciones de corte genérico. ¿Es que todavía necesitamos decir “aquí estamos” para visibilizarnos? ¿Acaso las décadas de silencioso, primero, y declarado esfuerzo después, por hacer notoria la presencia de las mujeres, no consigue todavía un fluido y espontáneo reconocimiento? Parecería que no, a juzgar por los signos sociales. Parecería que pese a cambios en leyes, en declaraciones, en discursos, la situación de la mujer no es diáfanamente igual en materia de derechos y deberes. O lo que es más preocupante, en materia de relaciones humanas y de vida laboral y cotidiana.

El libro Mujeres frente al espejo es singular porque recoge dos áreas de creación artística frecuentemente desvinculadas: la de la poesía y las artes plásticas. Me interesa destacar, sobre la marcha, dos aspectos. Sobre la poesía, recibida en nuestro tiempo –parafraseando a Juan Ramón Jiménez– por una “inmensa minoría”, que se ha vuelto material para círculos reducidos y reúne en su torno algunas básicas incomprensiones. El poeta de hoy se mueve entre los extremos de una gran exigencia de parte de los críticos (cómo hacer algo nuevo es el desafío) y de blanda y social aceptación por otra. ¿Cómo definir, entonces, un decir personal, cómo abrirse camino entre los eslabones de una historia literaria que no puede separarse de un tronco común de desarrollo nacional, regional y hasta mundial? Creo que hoy es más difícil que nunca ser poeta, aportar desde la lírica a las revelaciones que siempre han caracterizado al fulgurante y epifánico decir de la poesía.

En cambio, la pintura supone otra relación. Sin palabras de por medio, –herramientas condenadas a la lógica por mucho que se luche contra ella– el contacto con este arte, al ser recibido por medio del libro, trae una mediación que distancia al receptor hacia posiciones más benignas, hacia curiosidades más difuminadas. Sin el lienzo o la pieza por delante, los lectores-observadores se deslizarán más intelectualmente por la fotografía de ellos y harán contactos parciales.

Pero que describa estos fenómenos, no mella en nada las buenas intenciones de las editoras de esta iniciativa. Los libros conservan la cultura, circulan como seres vivos dentro de una sociedad llevando su mensaje de vigoroso testimonio. Ya contamos con otro más.