Para disfrutar de una caminata por el centro de la ciudad, encuentros amistosos y gozar de algún helado o ceviche, las señoras recurrían al pretexto de comprar en el caramanchel , que era el puesto o cajón del vendedor ambulante, situado en el perímetro de mayor movimiento comercial, comprendido entre las calles Pedro Carbo y Pichincha, desde Luque a Diez de Agosto.

Nuestros caramancheleros eran personas educadas que mantenían impecables  presentación de sus negocios esmerándose también en atendernos para contarnos entre el núcleo de su numerosa clientela. Trabajaban una sola jornada, recogiendo sus tendidos a la misma hora que los almacenes del sector cerraban,  porque en el interior de aquellos guardaban las pertenencias.
 
Montaban la plataforma de madera encima del cajón rodante o sobre burros de palo con cuidado y cierta estética intuitiva. Exhibían para la venta cinta elástica por varas, encajes, tiras de costureras, agujas de mano y máquina, hilos de colores, redecillas, vinchas, invisible, peinetas, peines de cacho o carey (para rastrear los piojos), medias de nylon, ligas, agua florida, brillantina, gomina, mentol, tintes, etcétera.
 
Protegidos por toldas de liencillo blanco en la parte que daba a la calle, diseñaban el frente de sus negocios mirando hacia los almacenes, sin obstaculizar el paso de los transeúntes.
Conminados a desalojar la zona por el ex alcalde Assad Bucaram, los caramancheleros se fueron hacia las calles Boyacá y Francisco García Avilés, entre las de Diez de Agosto y Aguirre. Otros se juntaron a los vendedores ambulantes del Malecón a quienes, para limpiar el centro de la urbe, el mismo alcalde reubicó en la calle Mejía.
 
Adaptación del libro Del tiempo de la yapa, por Jenny Estrada Ruiz, historiadora y tradicionista guayaquileña.