Pensaba escribir sobre cómo ‘De la vida real’ y ‘Archivos del destino’ se han convertido en deplorables programas de cuasi reportajes de coyuntura frente a su objetivo inicial de ser dramatizados; pero es una mañana muy triste: las explosiones en Londres y el medio centenar de vidas cegadas de un plumazo devuelven a la memoria las imágenes de horrores pasados y posibles. Y no es todo:  en la TV internacional se informa que la periodista Judit Collins del  The New York Times ha sido encarcelada.

Televisivamente los atentados en Londres tienen una característica: los medios ingleses no han mostrado ni un muerto. El pudor anglosajón recuerda lo sucedido el 11 de septiembre, donde las imágenes que todos guardamos en la memoria son las de las Torres Gemelas desplomándose, sin que las víctimas de carne y hueso fueran visibles. En contraste, el 11-M madrileño fue la muestra de la barbarie terrorista en plenitud: trenes descarrilados, andenes ensangrentados, cuerpos desparramados, etcétera.

Hay un debate mediático que se reedita en cada tragedia: ¿es mejor guardarse las imágenes más espantosas para no herir susceptibilidades o no ocultar esa información al televidente y/o lector? La primera posición puede derivar hacia la censura y la hipocresía; la segunda, al morbo. Probablemente, la posición más sensata sea el mostrar pero con un sentido y con ello no ceder ni a la censura ni al sensacionalismo: la cruel imagen de la niña iraquí de mirada triste-perdida y con su torso sin extremidades para exponer el sufrimiento humano en las guerras, es todo un símbolo.

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La cadena de confianza dinamitada
Otro símbolo de los tiempos que corren, así como de las amenazas sobre el oficio periodístico, es la prisión inmediata ordenada por el juez Thomas F. Hogan de Nueva York en contra de la periodista Judith Miller, del The New York Times por negarse a revelar la fuente que le dio información sobre la identidad de una agente de la CIA.

La periodista es la víctima más reciente del paulatino recorte de las libertades civiles y del acoso a la prensa en el marco de la guerra global en contra el terrorismo de EE.UU. y sus aliados. Lo curioso es que Miller fue una de las reporteras que más defendió la invasión estadounidense a Irak.

El recuento del caso que realizó el corresponsal de la TV Española en Nueva York terminaba así: “La periodista tiene hasta octubre para ceder a las presiones de la justicia o mantener la confianza de sus fuentes y de sus lectores”.  En esta última frase se condensa lo medular del oficio y la decisión del juez dinamita a fondo esa cadena de confianzas, ya de por sí bastante frágil. El daño no es solo contra el periodismo sino contra la sociedad entera.

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No obstante, en medio de las amenazas hay huecos de luz como la actitud digna de Miller que prefiere mantenerse fiel a sus principios. Y en Londres… la cobertura de los medios británicos sobre los atentados en su ciudad tiene un nuevo elemento: se hace un llamado para que todas las personas que hubieran captado imágenes de los atentados con sus teléfonos celulares las hagan llegar a las cadenas televisivas. De pronto se tiene a los ciudadanos y sus instrumentos de comunicación personal convirtiéndose en reporteros y proveedores de las imágenes que los medios no tienen… La gente común y corriente como protagonistas, ya no pasivos receptores de la información.

Entonces veo las cartas de los lectores sobre mi escritorio describiendo sus tribulaciones, las de sus familias e hijos frente a la pequeña pantalla y preguntándome ¿qué hacer? Y es cuando descubro que ellos mismos son la respuesta.