Yo hubiese querido ser funcionario en alguna embajada en el gobierno de Lucio. Recibiría un sueldito de diez mil dólares, y si eso no me alcanzase para llegar a fin de mes, podría venderle visas a unos cuantos chinos. ¡Qué rica vida la de los ilustres embajadores del Coronel!

Pero esto en realidad no debería impresionarnos. Al fin y al cabo la famosa cuota política le permite al presidente de turno llenar la cuarta parte de nuestras embajadas y consulados con sus hermanos, primos, panas y el pobre y desempleado hijo del vecino que siempre quiso vivir en París. Así, cada cuatro años, o en nuestro caso cada uno o dos, a los diplomáticos de carrera, que logran sus puestos a base de estudio y experiencia, les toca ver llegar a sus oficinas a varios felices portadores de palancas presidenciales, listos para disfrutar de sus vacaciones pagadas en el extranjero.

La cuota político-familiar le pone a nuestras embajadas la misma cara de nuestros gobiernos de turno. Funciona como espejo de quien duerme en Carondelet. En el caso de Lucio le puso una nariz bastante larga con tendencia a la improvisación y el engaño. En otros casos más afortunados, la cuota política ha ayudado a que hombres y mujeres respetables trabajen en el extranjero por los intereses del país. Es decir, la cuota política no es mala por naturaleza. La cuota política es mala cuando el presidente es malo como el Coronel. Nuestros presidentes necesitan hombres y mujeres de confianza en embajadas clave. La cuota política no debe desaparecer, sino reducirse y limitarse.

Si se concretan las iniciativas para reformar el Servicio Exterior reduciendo la cuota política del 25% al 15% y limitando el uso de la misma para cargos exclusivamente de embajadores, se dará un importante paso por el camino correcto. Sobre todo la reforma debe concentrarse en lo segundo, es decir, permitir que la cuota se aplique única y exclusivamente a embajadores. Ningún otro cargo. Los diplomáticos de carrera y funcionarios del servicio exterior pueden cumplir todos los demás cargos en embajadas y consulados sin la interferencia de apadrinados políticos. El presidente no necesita a sus conocidos en la ventanilla de un consulado tramitando visas. Sí necesita a personas de confianza a la cabeza de los esfuerzos diplomáticos como embajadores en países clave. Si bien limitar la cuota política al cargo de embajador no impide futuros escándalos ni casos de nepotismo, al menos impide que el hijo del vecino del presidente reciba un sueldo de gerente en algún consulado sin importancia, mientras aprovecha para terminar la universidad y de paso tramitar ilícitamente unas cuantas visas.

Lucio no fue el primero en aprovecharse de la cuota política, arriesgando la reputación del país y despilfarrando los fondos de nuestro limitado presupuesto. La cuota política es y ha sido el instrumento perfecto para pagar favores políticos. Mientras nuestros presidentes la tengan a su disposición la seguirán utilizando. Seguirán colocando en embajadas y consulados a personas sin experiencia que al final nos avergüenzan.

Acabemos con este medio de corrupción, privilegios y nepotismo. Que la diplomacia sea sinónimo de profesionalismo y no de palancas. Que nuestras embajadas y consulados sirvan al país y no a sus funcionarios.