Son una realidad que tenemos muy próxima. Sin embargo, son muy pocos los que se preguntan: ¿Cuáles son las tareas sociales de la ciudadanía que Guayaquil y el país demandan? Cientos diría yo. Tantas que constituyen un verdadero desafío para la supervivencia o la muerte, especialmente para quienes, dedicados al ejercicio del lucro, suponen no tener responsabilidad alguna con el desarrollo social de nuestra urbe. Aquellos que, si bien han hecho fortuna mediante un trabajo dedicado e intenso, la alcanzaron en el medio urbano de negocios en que viven, en el cual crecerán y multiplicarán sus hijos. Espacio que ante oídos sordos, clama por salud, educación, seguridad, etcétera, etcétera.

Dramática realidad que, pese a la evidente y desesperante ausencia de valores morales, éticos y cívicos que la enseñanza imparte a la niñez y juventud, nadie, ni siquiera para disimular su indolencia, se ha interesado en las numerosas propuestas e insinuaciones que casi alcanzan el nivel de rogatorias, formuladas públicamente por instituciones como el Archivo Histórico del Guayas. Todas, hechas con el objeto de elevar, o por lo menos mejorar el nivel cultural y educativo en Guayaquil.

Parecería que demasiados actores empresariales y las clases media y alta de nuestra sociedad, solo se limitan a lamentarse por la situación del país. No les interesa incorporarse a un proceso de reeducación como único recurso para transformar nuestra sociedad. Resulta increíble que aquellos dotados de habilidades y conocimientos no puedan percibir que este es el único camino para atajar el retorno del populismo y la extensión de su procacidad y ordinariez, que exhiben y esparcen desde tinglados callejeros. Que este siniestro social tiene que ver, exclusivamente, con el bajo nivel cultural y educativo de los estratos menos favorecidos y así, electoralmente convertidos en campo abonado, poder plantar ofertas y promesas irrealizables.

¡Es acaso que las clases pudientes y empresariales guayaquileñas están tan inmersas en hacer dinero que no pueden percatarse que apenas 1.000 o 1.500 personas naturales y jurídicas, aportando la ínfima suma de cien dólares al año, proporcionarían suficiente dinero para establecer cursos permanentes y subvencionados para la capacitación de maestros en todos los niveles! Apoyar al educador, elevar sus conocimientos, es alcanzar un efecto multiplicador y acelerar una revolución educativa que permitirá superar la valla levantada por la corrupción de la dirigencia gremial de la educación. Hay más de dos instituciones que trabajan arduamente en el tema, cuyos responsables tienen recortadas las “uñas”, que bien podrían ser las depositarias de tal acto de confianza y civismo.

Perecería ser que la activa y acertada obra municipal, dedicada a apuntalar los enclenques y raquíticos programas educacionales oficiales, los incitara a pensar: “esto no es conmigo”… O quizá sea el escudo utilizado por numerosos guayaquileños neutros o desafectos que desean ocultar su abulia. Actitud apátrida de quienes lo único que perturba su ego y consideran inquietante, son los resultados en beneficios o perjuicios que les pudiera acarrear las negociaciones con el TLC. Es el único tema por el que se escucha su voz. Sus protestas, pedidos y planteamientos se refieren exclusivamente a sus negocios. Creen estar a salvo del barril de pólvora que más temprano que tarde explotará con ellos.