¡Qué maravilla! Imagínense lo que es que en la enormidad del universo le apunten a un cometa que está a 431 millones de kilómetros y ¡pum!, le peguen justo en el centro. ¡Qué bestia! ¡Eso se llama puntería!

El impacto, que produjo en el cometa un hueco del tamaño de un estadio de fútbol (aunque no se informa si el estadio era con suites, como el del Barcelona, o solo con gradas, como el del Aucas) permitirá conocer más sobre la composición de los hinchas. ¡Ay, no qué bruto!, más sobre la composición del sistema solar, quise decir.

¡Mucho lote es la ciencia! Lo único que me preocupa es que los gringos se equivoquen. Es que eso les pasa en las guerras que se inventan para encontrar armas químicas: en vez de pegar el misilazo a un pelotón enemigo le pegan a una escuelita llena de niños o a un barrio de civiles. Así mismo, pueden apuntarle a un cometa y ¡tac!, pegarle a la Luna y entonces la pobre lunita, malherida, talvez se resienta y deje de alumbrar por los siglos de los siglos.

Pero aparte de estos horrores que a los gringos les ocurren, la ciencia nos deslumbra cada día con sus avances: primero la clonación, después el mapa genético y, ahora último, algo que ha impactado tanto como el impacto al cometa: el bypass gástrico.

¿El qué?, me preguntarán ustedes. Y yo les responderé que se llama bypass gástrico a un método de adelgazamiento maravilloso. Verán: los científicos colocan un aro en el intestino del paciente y con eso reducen el tamaño del estómago y entonces el que antes era gordo, siace flaquísimo en un flus. ¡Qué prodigio de la ciencia!

Esto es ya posible. Y ni siquiera creo que el método es muy nuevo. Lo nuevo es todo lo demás que se puede lograr con esa operación. Por ejemplo, según las últimas informaciones, con el tiempo los científicos van a colocar junto al aro un chip que, además de quitarle al paciente las ganas de comer, le va a alimentar de conocimientos para que el paciente, que antes no sabía nada, aprenda a escribir y hasta pueda llegar a ser poeta. ¡Qué operación! Y así el paciente ya no hablará de lo que no sabe y nunca más dirá que Saramago escribió “más de 500 o 600 libros”, o que Gabriel García Márquez se llama “Gabriel Marcía Márquez”. O sea con el chip esos horrores no van a volver pasar, seguro.

Además, conforme la ciencia avance, hasta le pueden poner al paciente un anillo más ajustado para que se le quiten los deseos irrefrenables de calumniar y de apostar, y también esa ansiedad compulsiva, frenética, por apropiarse de los recursos públicos que le convierte en millonario sin nunca haber trabajado.

¡Qué prodigios que puede hacer la ciencia! Con una simple operación, con un simple chip incorporado, va a convertir a los ignorantes en sabios, a los calumniadores en veraces, a los atracadores de los fondos públicos en honrados. ¡Viva la ciencia, viva, viva!

Lo de menos es que sean gordos o flacos: con que la ciencia, mediante una simple operación, sea capaz de transformar a los pacientes (y a los papacitos de algunos pacientes) en ciudadanos aunque sea un poquitito honestos, suficiente. ¡Ojalá!