Dos relatos casuales, provenientes de un diplomático ecuatoriano y de un ex militar peruano, fueron los datos con los que Ricardo Uceda reconstruyó la historia de Enrique Duchicela, un militar ecuatoriano acusado de espionaje y asesinado en 1988, en un recinto militar en Lima.

La historia salió a la luz en el libro Muerte en el Pentagonito de este periodista peruano, quien estuvo en Quito y dialogó sobre la relación entre el periodismo y mitos como la verdad y la justicia.

Pregunta: Usted menciona en su libro que el periodismo no está al servicio de la justicia, sino de la verdad ¿significa que esos conceptos están separados?
Respuesta: Significa que los resultados del trabajo periodístico no pueden servir a un tribunal de justicia. Si como periodista buscara pruebas, mi relación con las fuentes sería distinta. Yo no trabajo para los jueces.

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P: ¿Hacerlo sería pasar de periodista a policía?
R: Para mi libro trabajé con fuentes confidenciales, personas que habían participado en ejecuciones por órdenes superiores, y yo tenía que proteger su identidad indudablemente. Si un fiscal me llama –como ya ha pasado en muchas ocasiones– no puedo revelar su identidad.

P: ¿Cómo puede el periodismo revelar las redes del poder si estas abarcan incluso a muchos medios de comunicación?
R: El periodismo busca enigmas. Se investiga para encontrar lo que está oculto, lo que está en contra de los intereses ciudadanos, ya sea por parte del gobierno, de los grupos económicos o de las mafias. Como el pacto del periodista es con el ciudadano común, se producen colisiones con el poder de toda índole.

P: Qué no siempre es el poder del Estado...
R: Es cierto. Ahora no hay dictaduras ni poderes organizados de esa manera. Ahora hay democracias, pero en ellas existen el crimen organizado y las transnacionales que muchas veces sobornan a gobernantes locales. Son poderes a los que resulta muy difícil hacerles un escrutinio.

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P: En su obra menciona que algunos hechos ocurrieron de cierta manera y otros como usted los imaginó, ¿es un argumento a favor de la subjetividad del periodista?
R: Siempre le recuerdo al lector que los hechos narrados se basan en uno o más testimonios en los que yo confío. En la selección de la información hay cosas que no se pueden narrar con cifras, entonces el periodista tiene que hacerse una idea de la realidad lo más cercana posible a partir de un dato o testimonio, que sea considerado efectivo.

P: Volviendo a la obra Muerte en el Pentagonito, ¿cómo dio con la historia del ecuatoriano?
R: En 1991, cuando dirigía el semanario Sí, el embajador de Ecuador en Lima, Hernán Escudero, me dijo que estaba buscando al ecuatoriano Enrique Duchicela, considerado como un desaparecido, y que probablemente los responsables eran militares peruanos. Años después, cuando conversaba con Jesús Sosa (agente antisubversivo, personaje central de la obra) este me dijo que había cumplido la orden de ejecutar a un espía ecuatoriano.
Revisé mis apuntes y descubrí que era la misma persona.

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P: ¿Puede valorar la actitud de las autoridades ecuatorianas y peruanas en ese caso?
R: Es evidente que Enrique Duchicela y su jefe en Lima tenían contacto con una red peruana y que habían comprado documentos. Considero que las autoridades militares peruanas aplicaron un código para los espías: matarlos. El adversario (militares ecuatorianos), al saberse descubierto, encaja el golpe y dice, ya me llegará el turno. Creo que el gobierno ha debido mostrar las evidencias.

P: ¿Se refiere al gobierno ecuatoriano?
R: No soy quien para decirle al gobierno lo que tiene que hacer, pero me parece justo el reclamo de la familia de Duchicela, quienes consideran que él fue un héroe y piden que su nombre quede limpio.

P: Esa muerte se produjo en un contexto de guerra fría.
R: Creo que por lo menos el gobierno debe honrar la deuda con la familia de Duchicela.