Todos hijos del mismo Padre, para que todos seamos hermanos
1.– El mensaje de la Palabra de Dios
Jesús se presenta como la plenitud de la revelación, y como el revelador de la paternidad de Dios sobre Jesús, y a través de él de todos los creyentes.
Esta revelación manifiesta la confianza y la cercanía del Hijo y despierta en Jesús el agradecimiento al “Señor del cielo”.
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En la paternidad divina se revela la relación de Dios con los hombres. Y en la filiación divina, la relación de los hombres con Dios y con los hombres, sus hermanos.
2.– ¿Qué compromiso nos pide el Señor?
Vivir plenamente nuestra relación filial con el Padre como fuente y exigencia de la fraternidad entre nosotros.
El “yugo”, que se refería a la relación “esclavo-señor”, se aplicó después a la relación “discípulo-maestro”. Los fariseos del tiempo de Jesús hablaban de tomar el “yugo de la Ley”, para indicar la decisión de tomar la Ley como norma de vida.
Mateo invita a los cristianos a aceptar a Jesús como maestro y modelo y a descubrir el amor del Padre que nos libera del miedo a los falsos dioses, y nos ayuda a descubrir y aceptar la cruz del deber como el único camino para realizarnos como personas y poder construir el Reino de Dios.
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La Iglesia no es el regazo materno que acuna a los “eternos niños”, que son incapaces de asumir su destino, porque esperan que sus problemas se resuelvan milagrosamente desde el “devocionalismo mágico”, simplemente por haber cumplido con los ritos-requisitos de la religiosidad popular.
La Iglesia es un grupo de audaces que han aceptado el Evangelio como norma y modelo de vida y luchan para realizarlo.
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3.– ¿Cuál es mi respuesta, hoy?
* Empezar a leer el Evangelio para que, conociendo al Dios-Padre, revelado por Jesús, abandonemos el culto-rito al Dios del miedo, que castiga siempre y a todos.
* Hacer visible en nuestra vida la fraternidad entre nosotros como fruto y exigencia del amor del Padre.
* Tratar a todos como a hijos de Dios para que ellos nos traten como hermanos.
Lectura del Santo Evangelio, según san Mateo
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En aquel tiempo, Jesús exclamó: “¡Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien.
El Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino al Padre, y nadie conoce al Padre sino al Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Vengan a mi, todos los que están fatigados y agobiados por la carga y yo los aliviaré. Tomen mi yugo, sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga, ligera”.
Palabra del Señor.
Asamblea: Gloria a ti, Señor Jesús.