Habitantes de La Pradera se sienten rezagados de la intervención municipal en su sector.

Cuando se pregunta a los dirigentes de la primera etapa de La Pradera cuál es el requerimiento más urgente que tiene el sector tienen mucho que decir.

“Necesitamos que nos poden estos árboles”, expresan en primera instancia como una lección aprendida.

Tras la declaración, señalan al parque diagonal a la iglesia Santiago Apóstol, ubicada en la Mz. D6, donde el escenario en mención fundamenta la rápida respuesta.

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Arriba, unas ramas de frondosos árboles alcanzan las ventanas del cuarto piso de los bloques multifamiliares, mientras otras se enredan con el cableado eléctrico y amenazan la estabilidad de un poste.

Abajo, la calzada está cuarteada y tiene los desniveles que provocan las raíces de los árboles.

“Hemos enviado oficios al Municipio para que los poden, pero no tenemos respuestas”, afirma Gustavo Mejía, presidente del Comité Pro Mejoras de la ciudadela.

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“Antes aquí se conocía como el Palacio de las drogas. Nadie controlaba e incluso fornicaban al frente de la iglesia”, denuncia.

La intervención policial cambió un poco el panorama, pero no del todo porque en las noches el parque es punto de encuentro de personas dedicadas al consumo de drogas, manifiesta.

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“Hay colillas por todos lados, basta acercarse un poco y ya se respira aire viciado”, agrega.

Enma Escobar interrumpe con un enfático: “Estamos totalmente relegados de la intervención municipal. Por otros sectores sí se adoquinan y se arreglan los parques, mientras acá estamos como hace 30 años”, menciona.

Historia
En el tiempo de antigüedad de La Pradera también coincidieron estos dirigentes.

Escobar relata que fue un proyecto habitacional impulsado por el Banco Ecuatoriano de la Vivienda a mediados del 70 y que las adjudicaciones de villas o departamentos en los bloques habitacionales se hicieron mediante solicitud, financiada a 25 años.

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Actualmente comprende tres etapas y la construcción de una y de la otra fue cuestión, según Escobar, de tres o cuatro años.

La residente relató que fueron 600 familias las que llegaron al sitio, y sobre el desarrollo comenta que “está estancado” porque no tienen ni un Puesto de Auxilio Inmediato (PAI), y que si cuentan con dispensario médico es por gestión de fundaciones de ayuda social.

En La Pradera II reside Piedad Cevallos hace más de 27 años, donde al igual que la anterior etapa, los parques lucen descuidados, pero no constituye mayor motivo de queja de los moradores. Al parecer, temen por el éxodo de personas que de otros sectores operan en el lugar.

Las multifamiliares son de cuatro pisos y las copan 18 familias. En el bloque 5 de La Pradera II, Eva de Pazmiño cuenta que eligió vivir en los conjuntos habitacionales por seguridad.

“En las villas nadie cuida, en cambio en los bloques hay más personas”, expresa.
En la tercera etapa las personas se quejan de la calidad del agua que reciben.

“Es turbia. Antes no teníamos problemas con esto, ahora usamos bombas de succión para proveernos del agua”.

Fueron 150 villas las que se entregaron aquí, dice una moradora quien lleva un bulto de ropa sobre sus espaldas.

Así, en medio de necesidades y problemas se debaten los moradores de La Pradera. Un poco de recursos del presupuesto municipal -concluyen algunos- les viene bien.