Antes de dar por terminada la serie que inicié el mes pasado con una imaginaria llamada al 1-800, en la que vengo exponiendo a grandes rasgos la reforma política que estimo básica y de prioridad: la del Congreso Nacional, debo referirme al muy conveniente restablecimiento de la Cámara del Senado, alta o provecta, del modo que aconseja la doctrina jurídico-política, encajándola en la realidad ecuatoriana.

Senado (en latín senatus de senex, anciano) es una institución fundamental para el buen consejo y gobierno de los pueblos, con raíces históricas y naturales que vienen desde las más remotas y elementales formas del gregarismo humano. Ya en la historia contemporánea, enrumbada hacia el gobierno democrático en diversas formas y maneras, ha prevalecido (no obstante algunos bien hilvanados argumentos teóricos a favor del unicameralismo) el bicameralismo en los parlamentos y en los congresos, cortes o asambleas nacionales en casi todo el mundo, sobre todo en el ámbito de nuestra cultura occidental, también en la América Latina. ¿Por qué será?

Entre las consejas populares, quintaesencia del sentido común, la que mejor se puede aplicar a este tema es la que ilustra cierta fábula que concluye con la siguiente moraleja: “¡Ah, si la juventud supiera! ¡Ah, si la vejez pudiera!”. Y eso es lo que se pretende lograr conformando y regulando debidamente el Congreso Nacional con una Cámara de Diputados joven, baja o popular, y una Cámara de Senado provecta, alta o cualificada, que sea complementaria, revisora o morigeradora de aquella.

Ciertamente que las cosas hay que hacerlas rápido, como aducen los partidarios del unicameralismo. Pero tanto o más cierto es que hay que hacerlas bien, sobre todo en materia legislativa y en las demás propias del Congreso Nacional. Por eso sugiero que este se componga de ambas cámaras, pero... comenzando por hacer bien esa integración. Y ante todo, conformando debidamente las cámaras.

Si la edad mínima de los diputados es de 25 años, la de los senadores debe duplicarla o, como poco, ser de 45 años. (Esto es, similar a la del Vicepresidente de la República, que en razón de la coordinación indispensable con el Ejecutivo sugiero debería presidir y tener voto dirimente en la Cámara del Senado y en el pleno del Congreso Nacional cuando corresponda). Y tocante a la elección de senadores, debería ser hecha por los grandes conglomerados unificadores que afloran de la realidad ecuatoriana: el nacional y los regionales de peso equilibrado. Esto también para complementar y compensar la forma de elección y origen de los diputados que, según sugerí en artículos anteriores, sería provincial y por distritos, de modo individual o localista.

En concreto, ahora sugiero una cámara alta o provecta de 30 senadores políticamente cualificados, de los cuales 10 serían nacionales, 10 del conglomerado regional Costa-Galápagos y 10 del conglomerado regional Sierra-Oriente. Todos ellos elegidos a partir de listas de partidos o movimientos políticos de aceptación en todo el país y en los grandes conglomerados regionales, que paulatinamente tenderían a confluir o amalgamarse por tendencias. Listas de no más de 10 personas cada una, para no confundir ni sorprender al correspondiente electorado. Y con un sistema razonable, en modo alguno dispersador, que permita el acceso al Senado de las minorías más votadas, nunca de los minigrupos electoreros.

Ya debo colgar, pues aunque se queda muchísimo en el tintero respecto a la reforma política del Congreso Nacional, las elecciones y los indispensables partidos, esta columna debe pasar –como siempre ha sido– a enfocar cada semana los apremiantes y variables temas de la palpitante actualidad.