Son evocadores, dulces, apacibles los rincones guayaquileños. Se nos llena la imaginación solamente, con la estampa verde y azul de ese trozo de la provincia del Guayas, compuesto por las Cinco Esquinas, El Astillero, La Planchada. Los otros lugares merecedores de respetuosa recordación, cambiaron mucho con el tiempo; fueron deformados y discutidos por muchos cronistas.
 
Las Peñas, La Boca del Pozo, El Astillero, no. Ellos han permanecido puros y fieles, intactos para el espíritu de la nueva generación. Allá en los antiguos muelles, de guayacán y mangle de la Balsa Amarilla, se oía el murmullo de rezos y sollozos de quienes despedían en las madrugadas guayaquileñas a los que acompañaban al viejo Alfaro en sus guerrillas liberales y cuyo retorno era incierto.
 
Recuerdo la iglesia de Santo Domingo, cuatro veces centenaria, en la Planchada, hasta la cual llegaba el campo con sus aromas, la ‘yerbaluisa’ el ‘nigüito’ colaban su perfume por los patios, por el refectorio y penetraban en las celdas, junto al olor ocre a caimán del río, porque el Guayas, es aquí un pedazo de historia, apenas disimulado.
 
No hay voz más elocuente, que estos recuerdos del pasado, ni enseñanza más fecunda para las nuevas generaciones que la bravía lucha de nuestros antepasados contra las epidemias e incendios, contra los piratas y el clima inclemente. Ahí  está con sus lugares románticos para quien quiera verla, vivirla, sentirla en trances nostálgicos.
 
Adaptación del libro Paliques de ayer, relatos folclóricos, por Jorge Sánchez Contreras.