El nuevo presidente de Petroecuador, Carlos Pareja, incluyó en su hoja de vida dos datos inéditos: no está moroso con la banca y no tiene cheques sin fondos. Algo que parecería una anécdota o un rasgo de ironía, en un funcionario que parece tener sangre dulce y ganas de hacer bien las cosas, se ha convertido en un hecho que vuelve a los ciudadanos ecuatorianos en ciudadanos todavía más precarios, sometidos a escalas de valores muy extrañas.

Si hasta hoy, los estados de cuenta de los bancos y las tarjetas de crédito eran el humillante requisito para obtener una visa a cualquier país del Norte, hoy han ido más lejos, son un parámetro dentro del comportamiento político. Es indispensable consultar a la central de riesgo y no a los partidos, la conformación de los gabinetes políticos.

Hemos descendido a una especie curiosa de insolvencia extrajudicial. Ya no es un juez el que determina nuestro “estado de gracia” o nuestra exclusión por algún mal paso financiero. Son los bancos los que nos condenan o nos purifican de por vida (porque, además, sus listas negras son indelebles). Ya no es una sentencia judicial la que nos impide participar en la vida democrática, sino es el grado de cartera en el que nos encontremos. Así, por ejemplo, si hemos caído en la categoría “E” por obra y gracia del espionaje bancario, perdemos parte de nuestros derechos de ciudadanía.

Esto, que parece lógico en un mundo regido por una escala de valores que la establecen desde el Fondo Monetario Internacional hasta una oficina de banco local, cada uno en su nivel, resulta profundamente desquiciado. La sociedad se ha desquiciado.

Y los bancos son un fiel testimonio de ese desquiciamiento.

Por ejemplo, resulta curioso, por no decir grotesco, que si un ciudadano quiere ordenar a su banco un giro de su propio dinero, no suscribe una “orden”. No. Debe llenar una “solicitud”. Se ha quedado reducido a la condición de solicitante del destino de sus propios dineros.

Los costos bancarios son otra expresión del desquiciamiento. Baste con decir que una chequera de banco ha llegado, en ciertos casos, a costar más que la edición última y comentada de Don Quijote de la Mancha… seguramente a causa de la extraordinaria materia gris y la profundidad de los contenidos de un cheque bancario. Seguramente. Todo depende de cómo se midan los talentos humanos.

Los costos bancarios, en un acto de malabarismo entre bastidores, han ido creciendo y multiplicándose para el paradójico acto de administrar nuestro propio dinero. Admirable.

Y todo ello para no referirme a la más vergonzosa de las paradojas. Como por ejemplo que mientras el país toca fondo en su crisis y no puede superar sus niveles alarmantes de pobreza y de miseria, los bancos viven una bonanza digna de mejor causa. Y mientras todos estamos hablando de competitividad y de productividad (que supone invertir en la producción) el mayor porcentaje, y con ventaja, de los créditos bancarios, se van al consumo y al financiamiento de las importaciones, porque un crédito para producción, en nuestro país, tiene un “alto riesgo financiero”.

Curioso, muy curioso. Triste para un país. Talvez, para curarme en sano, hasta diría que los propios banqueros han caído en una trampa. Y es un tsunami invisible que carcome la sociedad, el que les lleva a jugar este papel.