Benjamín Carrión, hombre enamorado del amor, hizo su propia galería de santos de la cultura. Y puso en ella a santa Gabriela Mistral y san Miguel de Unamuno, entre otros ilustres escritores y humanistas. No me cabe duda de que su santoral se enriqueció con la incorporación del gran lojano fundador de la Casa de la Cultura Ecuatoriana.

Se vienen a mi pluma estas ideas por asociación con un programa de televisión para escoger al mejor ecuatoriano. Yo tengo, por el momento, dos candidatos, a falta de uno: al Viejo Luchador Eloy Alfaro y al padre José Gómez Izquierdo. El uno, mártir de la Revolución Liberal y el otro hombre santo que consagró su existencia al servicio del hombre multitud. Sacerdote y ciudadano ejemplar que renunció a todos sus bienes materiales para luchar con cuanto hiere al hombre: la soledad, la enfermedad y la miseria. En esta nota me dedicaré tan solo a relevar la tarea desenvuelta por el “padre Pepe”, por las circunstancias de que felizmente aún vive y da testimonio de su fe y solidaridad. “En vida, hermano, en vida” dice una frase plena de sabiduría.

Para justificar ampliamente la candidatura del padre José Gómez Izquierdo, me apoyo en su hoja de vida que con oportunidad de haber cumplido ochenta años, han hecho pública varios medios de comunicación social, especialmente Diario EL UNIVERSO.

Destaco la vocación de ayudar al sector más humilde de la población ecuatoriana, cumpliendo eficazmente los lineamientos aprobados por el Concilio Vaticano II.
Dejando de lado los propios intereses, tomó a su cargo las gestiones para la compra y legalización de los terrenos invadidos del antiguo barrio San Pedro, de Guayaquil. En plenitud de fuerzas, impulsó la creación de guarderías para niños y de asilos para ancianos. Sin ser abogado ni político, defendió causas justas, organizó grupos de laicos que cambiaron la historia de general indiferencia por el ajeno sufrimiento.

Para él no hubo días ni horarios de atención como párroco de su iglesia Cristo Liberador: todas las horas y los días fueron considerados oportunos para atender una solicitud, brindar una ayuda, prodigar un sacramento o un consuelo. Entre tanto “corre-corre” se dio tiempo para ejercer el magisterio en la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil. La cátedra fue también la suscitación y el estudio de la realidad de nuestro rico y empobrecido país. Durante varios años mantuvo una leída columna religiosa en este Diario.

Hombre de Dios, el padre Pepe huye de la figuración, las condecoraciones y los reconocimientos. Ajeno a todas las formas de la vanidad, podría decirse que hoy, en silla de ruedas, recibe sin embargo el afecto imponderable de sus feligreses y de todos los que conocemos la trascendencia de su obra y su vigencia como modelo de ciudadano universal.