El nuevo Gobierno le ha pedido a la población que se pronuncie sobre las posibles reformas que se deberían hacer a la Constitución, y considero que los ecuatorianos deberíamos aprovechar una oportunidad así para discutir seriamente la posibilidad de convertirnos en una nación sin fuerzas armadas profesionales y sin un armamento sofisticado.

Las ventajas casi no necesitan explicación. Para comenzar, desaparecería el fantasma de una nueva dictadura militar, cada vez más amenazador a medida que se deteriora nuestra frágil democracia. Le pondríamos fin de una vez por todas a la mala costumbre de algunos generales de querer convertirse en árbitros de la estabilidad política, puesto que ya no podrían decidir si le quitan o no el respaldo al régimen civil, y no tendrían tampoco el poder para designar al legítimo sucesor cuando cae un Presidente.

Las ventajas económicas son asimismo evidentes. Si se elimina el gasto en armamento sofisticado (tanques, aviones de combate, submarinos, buques de guerra) no es que el dinero nos vaya a sobrar, pero al menos estaremos menos apretados para atender otros gastos urgentes, como el de salud, educación, seguridad social y lucha contra la delincuencia.

Una propuesta así no implica mandar a las filas de la desocupación a los profesionales de las fuerzas armadas, entre los cuales hay sin duda hombres y mujeres honestos que aman sinceramente a su patria. El país ha invertido muchísimo en capacitarlos, por lo que sería un desatino desentendernos de ellos. El Cuerpo de Ingenieros, para poner un  ejemplo, es una institución eficiente que no debería desaparecer y que podría seguir brindándole excelentes servicios al país; lo mismo debemos decir de los pilotos de avión, comandantes de buques, ingenieros en demolición, y un largo etcétera. Solo que no tiene sentido que ese capital humano se desperdicie en la preparación de una guerra que no deseamos ni necesitamos. Sería mucho más eficiente volcar a esos profesionales a otros esfuerzos urgentes, como reactivar la producción, mejorar las condiciones de vida de la población o combatir la delincuencia.

Mi sugerencia, entonces, es que acabemos con el gasto en armamento sofisticado y volquemos al grueso de los militares profesionales a nuevas actividades, para lo cual están perfectamente capacitados, creando las instituciones públicas que hagan falta y donde podrían brindar su concurso.

No soy ingenuo y sé perfectamente que el país no está libre de amenazas bélicas. En el sur aún no se ha delimitado la frontera marítima con Perú, y bien podría ocurrir mañana o pasado que el viejo conflicto fronterizo resucite. Pero sería sencillo demostrar que si eso ocurre el desenlace no dependerá del armamento que acumulemos (con un dinero que no tenemos) sino de la habilidad diplomática con que el Ecuador se mueva a partir de ahora en los escenarios internacionales.

Lo mismo sucede en la frontera norte: allí la guerrilla y los paramilitares colombianos, amenazados por la estrategia absurda del presidente Álvaro Uribe, ocasionalmente incursionan en nuestro territorio, y sin duda que seguiremos requiriendo de hombres armados para impedirlo. Pero para eso no hacen falta tanques, submarinos o aviones de combate, ni miles de conscriptos mal capacitados: bastará con un cuerpo defensivo mucho más reducido y dotado de un armamento menos sofisticado.