Dos cadenas nacionales en menos de ocho días para un Presidente de la República que ha sido descrito como propenso a la soledad y al encierro consigo mismo, es demasiado. En realidad, es demasiado incluso para un líder que vaya por la vida de extrovertido y hablador.

Como bien decía Carlos Vera, en estas lides “menos es más”. Ahora bien, las dos más recientes comparecencias televisivas y encadenadas de Alfredo Palacio no podían ser más diferentes: la de la semana pasada mirando al piso, movimientos nerviosos que la cámara se esforzaba en seguir para mantenerlo enfocado. Era como que el audio no correspondía a lo que se estaba viendo: la entonación y el discurso tenían fuerza y sonaban convincentes, la imagen era todo lo contrario.

La noche del martes, las cosas cambiaron. Se hizo énfasis en la imagen, en demostrar seguridad y fuerza, aunque lo que dijera el Presidente de la República no contuviera ninguna novedad importante. Para ello, por supuesto, cooperó una triade de periodistas (Andrés Carrión, Fernando Aguayo y Fernando Correa) que no llevaron los temas un ápice más allá de lo que se ha repetido mil veces en las últimas semanas: la consulta, el mandato forajido, la economía, el TLC, el pasado, la debilidad del Gobierno, etcétera.

Publicidad

Lo público es servicio, no un escenario.
“En la reiteración nace el héroe”, dirá para sus adentros el nuevo secretario de Comunicación, Andrés Seminario. Lo de la cadena nacional del martes fue su estreno público. Un debut que parece haber sido montado ex profeso para demostrar que ahora sí hay un experto en mercadeo, un “titiritero” (en sus propias palabras) detrás de Carondelet.

Lo terrible de todo esto es que el concepto de comunicación pública se sigue degradando. Con Gutiérrez fue una tortura cada ocho días y masivo pautaje en algunos canales (a propósito, ¿en qué acabó esa investigación de la Fiscalía?). El concepto siempre fue promocionar al Presidente de la República. Ahora tenemos dos cadenas en ocho días: la primera se entiende como la exposición de los ejes de Gobierno, la segunda no fue más que el “mírenme,  ya llegué” de un Secretario de la Comunicación.

Olvidada queda, una vez más, la comunicación pública como un servicio que se debiera utilizar en este momento para promover campañas contra la hepatitis o para advertir sobre los peligros del agua contaminada (“con mierda”, palabras de Carlos Vera), entre decenas de temas que aportan más a la comunidad.