La  escritora brasileña Nélida Piñón, recibió el Premio Príncipe de Asturias de este año, por la importancia de su obra al intentar definir la esencia de lo latinoamericano. En su última publicación Voces del Desierto (2004), la autora se define como un ser cosmopolita.

El jurado del Premio Príncipe de Asturias de las letras  afirmó que Nélida Piñón, galardonada este año, constituye una confluencia de múltiples tradiciones culturales.

Una definición que podría abarcar gran parte de la literatura latinoamericana contemporánea. Un mestizaje que dibuja y que desdibuja al latinoamericano hasta volverlo un ser difícil de definir. Lo afirma la propia Nélida:

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“Es inútil tratar de describir quiénes somos (los iberoamericanos) porque lleva el verbo a reverberar. Venimos de lejos, pero no somos bárbaros, somos múltiples, dispersos, distintos, visigodos, iberos, celtas, griegos, romanos y árabes, todo eso antes de ser iberoamericanos. Como hijos de todas las navegaciones se guarecen en nosotros todos los viajes, por eso nuestra cultura carece de una ideología que revele nuestro secreto original”.

Hay una insólita confluencia de incertidumbres originales y utopías de futuro que forman una tradición de la que es protagonista Nélida Piñón.

No es una casualidad que una de sus mayores novelas, Tebas de mi corazón se abra con un furioso Eucarístico talando todo el patrimonio de árboles prometidos a sus hijos en herencia, para construir, con esa madera que acumuló en la memoria, con el pasado, un ilusorio futuro: una enorme embarcación que navegara en el río Sacramento. Imagen que puede recordarnos, por igual, a los antecesores directos de esta novelista brasileña, como Joao Guimaraes Rosa como a otras fuentes de la tradición: Gabriel García Márquez, por ejemplo. Y curiosa obra del azar también, pues la novela cumbre de su antecesor, Guimaraes Rosa, Gran sertón: veredas se cierra con la imagen de un río brasileño comparado con un inmenso árbol, “un árbol grande, en pie, enorme”.

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Hay dos novelas de la escuela del posboom latinoamericano que se propusieron reconstruir los orígenes de nuestro subcontinente, a partir de la constitución de una familia mestiza. Una de ellas es precisamente de Nélida Piñón: La República de los sueños, la saga de una emigración española hacia América que arranca en 1913, una novela que consagró a esta autora como una de las figuras mayores de la literatura latinoamericana actual. La otra emparentada con la búsqueda de la identidad, lo dirá todo con su título y pertenece al argentino Mempo Giardinelli: Santo oficio de la memoria.

“Uno es un conjunto de circunstancias que lo han llevado a pensar el mundo por la visión de la narrativa, de la historia, del recuento, del registro de la memoria. Yo soy una memoria y tengo conciencia de ello y por tanto lo que me toca es acumular hechos de la geografía personal”, afirmaba Piñón en una entrevista.
Memoria, historia encarnada en la narración, confundida con la invención.
Agrega Nélida Piñón:

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“Entonces, estoy siempre mediante la palabra, mediante la invención, hablando de un país visible o invisible, no hace falta que lo alabe todo el tiempo. Aunque por supuesto, en esa realidad brasileña está involucrada  mi visión cosmopolita del mundo. Yo soy hija de los griegos, de los romanos, de los europeos, de los celtas, de los ibéricos… yo soy una criatura que me imagino se mueve dentro de una serie de capas geológicas. Por tanto, todo lo que Brasil puede ser, dentro de un sistema complejo como yo, está presente. No me puedo apartar del hecho de ser quien soy: Nélida, brasileña, hija de gallegos, que tuvo una educación que la ha llevado a todos los sitios, que la ha hecho leer, mirar y pensar mucho”.

Nacida en 1937 en Río de Janeiro, esta autora se reveló en 1966 con un libro de cuentos: El tiempo de las frutas. Volvió a la narración breve en 1973 con Sala de Armas y en el  2000 con El calor de las cosas y otros cuentos.

En cuanto a su obra novelística, la primera fue  Fundador (1969), seguida de Tebas de mi corazón (1974), La fuerza del destino (1977), La dulce canción de Cayetana (1987) y La República de los sueños (Alfaguara, 1999). En 1999 publicó un volumen de reflexiones personales: El pan de cada día.

Su obra más reciente traducida al español es la novela Voces del desierto (2004).

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La escritora ha sido distinguida con los premios literarios Juan Rulfo (1995) y Jorge Isaac (2001), así como con la medalla Gabriela Mistral (1996), concedida por el gobierno chileno, el premio Menéndez y Pelayo en el 2003 y finalmente el Príncipe de Asturias concedido el pasado miércoles. Ha sido también la primera mujer que ha presidido la Academia de la Lengua en su país, en  1990.

Exploración de la realidad y del lenguaje, y de la realidad por la palabra y “lo narrado” constituyen el cuerpo central de su literatura.

“Es mi vida bajo la tutela de la narrativa –declaró en una entrevista con la periodista Claudia Posadas-. No hay una discrepancia entre lo que se escribe y la figura autoral. Es imposible que uno piense que está haciendo confesiones fuera de la narrativa. Más bien, uno piensa como quien sabe que puede escribir y que tiene la tradición de la escritura dentro de su corazón y su mente. Uno es un ser de la escritura todo el tiempo”.