La ciudad de Guayaquil ha recibido en el Teatro Centro de Arte a uno de los grandes del ballet mundial, Iñaki Urlezaga y su compañía Ballet Concierto, con un repertorio tan apropiado como oportuno: Don Quijote y Destino Buenos Aires.

La primera, obra clásica del repertorio internacional y la segunda, una incursión desde la danza en el mundo porteño, en versión coreográfica de Fleitas y Marassut. Dos ofertas que, a pesar de echar mano a recursos expresivos disímiles (a veces opuestos) unifican el espectáculo con medios inusitados en la escena local: la domesticación de la mirada del público.

Los ballets de los periodos clásico, romántico y moderno (segunda mitad del siglo XIX y primer tercio del XX) que pasaron a formar parte del repertorio permanente de las grandes compañías, han sufrido múltiples modificaciones a causa de la necesaria reconstrucción de lo que se recuerda de las versiones originales. En el caso del Quijote (Teatro Bolshoi, 1869), Marius Petipá (1819-1910), en concordancia con los requerimientos estéticos de la época e inspirado en los capítulos XIX y XX de la obra de Cervantes, construye un ballet en cuatro actos cuya estructura dramática sucumbe ante la tradición coreográfica (adagios, variaciones y coda) para dar lugar al despliegue del virtuosismo técnico, tan propio de la época.

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Versiones posteriores han reducido la obra a tres actos e incorporado un elenco numeroso dedicado a la representación de danzas de carácter que enriquecen la coreografía de Petipá.

La versión de Lilian Giovine sobre el original de Petipá (la que vimos en Guayaquil), de la cual solo se mostró fragmentos del primer y tercer actos, acentúa radicalmente el espíritu del coreógrafo al ofrecernos casi exclusivamente los divertimientos. En esta versión, la estructura dramática prácticamente no existe. Habrá notado el espectador que los personajes del Quijote y Sancho no aparecieron nunca. Para los propósitos del evento, no hacían falta.

La exquisitez en el manejo de la técnica compensó con creces lo reducido del elenco que además se destacó por la frescura y naturalidad en el uso de la gestualidad, algo muy difícil de resolver con obras como esta que arrastran al artista hacia un uso panfletario del diálogo por gestos. No es arbitraria tampoco la opción por una escenografía fiel al espíritu de la época: composición simétrica, perspectiva lineal (tardo renacentista) enmarcada en pergaminos manuscritos resueltos con aires barrocos, así como la opción por la iluminación homogénea que garantiza una percepción cómoda del ambiente cándido que se ofrece.

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De manera especial se destaca la ejecución del famoso Pas de Deux, en el que no cabe más virtuosismo técnico, sobre todo en el caso de Urlezaga (doble tour en l air, triple pirouettes y dos tour en l air dobles). Todo ello, con el estilo brillante, cálido y enérgico que los bailarines latinoamericanos ya han impuesto en el mundo sin que hayan podido ser igualados en ese sentido. Por esa razón, a las grandes compañías europeas no les queda otra que reclutarlos.

En efecto, Iñaki Urlezaga es el tercero de una generación de grandes bailarines argentinos que técnica y estilísticamente han conquistado los grandes centros mundiales de la danza. Los otros dos son Maximiliano Guerra y Julio Bocca. De los tres, Urlezaga se impone por su lirismo logrado por la construcción de una imagen visual (que queda como estela en el espacio) luego de concluido el movimiento. Tal parece que la proyección –danzaria- de su cuerpo está más allá de los límites físicos que lo conforman.

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La segunda parte del espectáculo es la contraparte de la primera: empleando música de Gardel, Piazzolla, Matos Rodríguez y otros, Destino Buenos Aires es el intento (siempre fallido) de restituir un no lugar. Todo el tiempo intentamos atrapar algo del mundo porteño en una relación tiempo espacio ficticia, que no obstante, permite que el espectador se apropie de la obra anticipándose al suceso coreográfico.

En esta obra los recursos estilísticos se orientan hacia el neoclasicismo: las líneas se alargan y la relación entre los bailarines se torna sensual y cálida, con los inconfundibles movimientos breves y rápidos del tango. La luz cenital y los efectos de niebla le otorgan densidad a la escena y apoyan el ritmo coreográfico.

La propuesta artística del Ballet Concierto puede ser vista íntegramente como un proceso de domesticación de la mirada del público obligándolo a reconstruir el movimiento a la vez que anticiparse a él, o sea, consumar la danza. Es un proceso que supone una doble dificultad si consideramos que se trata de un público que gusta más de ser mirado que de mirar.