Cuando mi bisabuela materna (la mamá de mi abuela materna) se peleaba con mi bisabuelo, su esposo, la viejecita no hallaba mayor agravio que tildarlo de “placista”. El país aún discutía entonces quién mató a Alfaro, y viejos alfaristas, como mi bisabuela, señalaban con amargura al general Leonidas Plaza.

Aquel oscuro capítulo de nuestra historia recobró actualidad hace poco, cuando a algún forajido inconsciente se le ocurrió el desatino de comparar a Lucio Gutiérrez con el caudillo liberal.

¿Quién mató a Alfaro? Los autores más directos pertenecieron a la jerarquía católica y al Partido Conservador, enemigos de lo que Alfaro propugnó, y con gran influencia en la Sierra. La Iglesia era el mayor terrateniente en el Ecuador y no quería perder el control de las masas indígenas, que le aportaban una renta multimillonaria por el uso semifeudal de sus haciendas. Enfurecidos con Alfaro, curas y curuchupas agitaron en Quito a criminales y desadaptados para  quemar al “izquierdista” y “ateo” de Alfaro.

Así contada la historia, sin embargo, quedaría incompleta, porque el poder político ya no estaba entonces en manos de la Iglesia Católica ni de los conservadores serranos, sino del Partido Liberal, que se había dividido en dos facciones.

Algunos banqueros y millonarios de Guayaquil se sentían incómodos con la tesis de Alfaro de que la revolución liberal no se había hecho para beneficiar a una cúpula de privilegiados sino para darle mayor poder a comerciantes, agricultores e industriales medios que, con el auge del cacao, florecían en Costa y Sierra.

En Quito había comenzado a surgir una nueva generación de curas, encabezados por Federico González Suárez, que intentaban desembarazarse de la presión terrateniente. En las provincias de la Costa, una nueva burguesía media propugnaba por nuevos métodos de producción. Alfaro estaba convencido de que si terminaba su ferrocarril a tiempo, los sectores modernos de la región Interandina podrían darse la mano con sus similares del Litoral, y se iniciaría una nueva etapa histórica para el Ecuador.

Pero el grupito de banqueros y multimillonarios corruptos de Guayaquil estaban haciendo excelentes negocios con el Estado y se sentían incómodos con las “locuras” de Alfaro, así que empujaron a los liberales de Leonidas Plaza para que le den un giro a la Revolución Liberal, burocratizándola.

Fue esa ala liberal placista costeña en el poder la que persiguió como criminal al Viejo Caudillo, lo metió en un calabozo de Quito, dejó las puertas de la prisión abiertas, no hizo nada para detener a la turba enardecida de curas y curuchupas serranos que lo arrastró y quemó, y no hizo nada luego para castigar a los culpables.

¿Quién mató a Alfaro? Poderosos intereses de Quito y Guayaquil que se unieron para hacer fracasar el último intento serio de modernizar el Ecuador. Desde entonces, sus herederos políticos en Sierra y Costa han prostituido las instituciones del Estado y han manoseado las cortes y el Congreso para satisfacer apetitos personales.

Cada cierto tiempo dejan de tener la sartén del poder por el mango, pero cuando lo recuperan, sus bolsillos se engordan con creces.