A momentos, parecería que los medios de comunicación nos alimentamos de la extrema fragilidad de nuestro país.

O talvez, somos la imagen desnuda de esa extrema fragilidad.

Frente a los acontecimientos que desembocaron en la caída y fuga de Lucio Gutiérrez, prometimos una autocrítica. Los hechos rebasaron nuestra capacidad de interpretarlos. Creo que hemos olvidado esa promesa. Y hemos vuelto a la vieja práctica de buscar la información a costa de nosotros mismos, de nuestro país.

No encuentro otra forma de explicarme el interés que los medios de comunicación estamos prestando a la acción de zapa que practica Lucio Gutiérrez desde Estados Unidos. Y cuando los medios le entrevistamos, este novedoso conspirador nos dice lo que quiere decirnos, sin réplica, a cuentagotas, en función de su estrategia.

Si allá está actuando a vista y paciencia de la política de ese país, los medios de comunicación no estamos reflejando la dimensión de su capricho. No. Le estamos abriendo los espacios para que también dentro del país busque confundirnos, agudice las debilidades del Gobierno que le sucedió en condiciones precarias.

Hemos hecho una lectura equívoca de su derecho a defenderse como ex presidente. Acabaremos, probablemente, reivindicando su imagen, abriéndole un futuro político.

Pero eso parece no importarnos.

¿No hemos aprendido la lección?

¿No han sido suficiente, tantos años de practicar un periodismo sustentado, no en la investigación y el análisis, sino en la “exclusiva” arrancada a algún personaje que habla desde la clandestinidad o al que entrevistamos allá donde se refugió de la justicia ecuatoriana?

La imagen idílica de un Abdalá Bucaram amenazando con volver en cualquier momento, la creamos los medios. La fábula de este pobre emigrante en Panamá, víctima de la justicia ecuatoriana, la construimos los medios. Y cuando regresó, hicimos de su espectáculo la noticia del día. Si se le acusa a Gutiérrez de haber abierto el camino para el retorno de Bucaram, pienso que fuimos los medios los que le abrimos el camino.

¿Vamos a repetir con Gutiérrez otro tanto?

Es doloroso para el periodismo verse forzado a construir la información a partir de lo que quieran decir los funcionarios destituidos, los políticos desencantados, los delincuentes arrepentidos, los gobernantes en fuga, los acusados que viven en una clandestinidad pública.

¿La competencia nos obliga a eso?

Y allí donde intentamos aproximarnos al análisis, caemos en la simple sospecha que sembramos entre líneas, en el adjetivo aventurado, en la interpretación tremendista.

Ya sé que me dirán que no se puede generalizar. Así es. No se puede acusar a todos, pero sí es posible identificar algunas prácticas que nos acechan por igual.

Los medios de comunicación, me parece, no somos protagonistas de la noticia, pero sí se nos puede pedir que distingamos el grano de la paja. Que nos neguemos a un juego de intereses o de mafias que, al verse afectados por una opción soberana, como el decidir qué hacer y en qué invertir los recursos petroleros que nos pertenecen, organizan la conspiración política. Y los medios de comunicación caemos una y otra vez en la trampa.

La locuacidad de la que hacemos gala, acaba traicionándonos.