En sus tiempos mozos batalló contra el enemigo, ahora cuenta sus vivencias desde su taller.

Ser un héroe de la guerra de 1941 le significó en su momento condecoraciones, medallas, diplomas, palmaditas en la espalda y apretones de mano.

Con el transcurrir de los años, esta hazaña pasa inadvertida, sobre todo para aquellos que ignoran lo que Víctor Cortez Villalva, de 84 años, hizo cuando era joven.

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La seriedad de su rostro contrasta con una esquiva sonrisa, cuando al escudriñar en su pasado recuerda que jugaba voleibol con los amigos que logró hacer, una vez que se radicó en Milagro, al terminar el enfrentamiento bélico entre Ecuador y Perú en 1941, donde combatió contra el ejército del país del sur.

“Allá en la frontera (entre Ecuador y Perú), nos dimos de bala con los peruanos.
Ellos usaban cañoneras mientras nosotros utilizábamos fusil y ametralladora”, dice.

Cuenta que permaneció un año en el Oriente, “los ríos Napo y Aguarico estaban cerca, dormíamos en la montaña. De Quito nos mandaban comida cada mes, pero no padecíamos hambre”.

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Mientras Víctor continúa relatando parte de su vida dentro de la milicia, su mano izquierda acaricia una montura (de las que vende en su negocio) que está encima de una mesa.

“Después del combate me ascendieron a cabo (era soldado). A mis compañeros les dieron vacaciones por un mes, pero a mí me dijeron que tenía que regresar al Oriente. No lo hice porque presenté mi “baja”.

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Antes de abandonar el Batallón de Infantería Nº 38 Esmeraldas al que perteneció, Víctor ya sabía que el resto de su vida lo dedicaría a la talabartería.

Talabartero
Un talabartero es la persona que se dedica a la elaboración de correajes para las caballerías. Esta fue la profesión que Cortez escogió.

El oficio lo aprendió en la capital de Cotopaxi, Latacunga, cuando tenía 16 años y su maestro fue Francisco Campos.

Víctor abandonó Píllaro (Tungurahua), su tierra natal, para radicarse en Milagro, donde llegó a los 23 años.

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Desde ahí hasta la fecha trabaja en su taller situado en las calles Doce de Febrero entre Cinco de Junio y García Moreno.

Después de tres años de vivir en Milagro conoció a Carmen Plúas (ya fallecida), con quien contrajo matrimonio y procreó cinco hijos.

Al otro extremo de la mesa donde Víctor se encuentra está Fernando Carrillo, su amigo. Él permanece silencioso y aprovecha un descuido para recalcar que fue todo un héroe.

Las cejas y cabellera blanca de “don Cortez”, como lo llaman sus conocidos, a más de la edad reflejan su cansancio, al que mitiga cuando en sus ratos libres escucha música nacional, su preferida.

Considera que lo más relevante en su vida fue haber sido un héroe del 41, del resto solo dice “que fue algo pasajero”.

Víctor deja los recuerdos a un lado y camina hacia su mesa de trabajo, donde confecciona los correajes para las monturas de los caballos. Su jornada de trabajo a veces rebasa las ocho horas.

Dice con orgullo que en Milagro es el único talabartero que queda, porque otro que había ya falleció. Uno de los pocos héroes vivos, también.

TALLER

PIEZAS
Víctor Cortez confecciona en su talabartería: estribos, caquimón, paticola, cinchas, pecheros, cabezadas, riendas, frenos, que forman el correaje de la montura.

ARTÍCULOS
En su taller también elabora y vende: bozales, cinturones, mochilas, maletas, estuches de revólver, cinturón para desfiles y cadenas para perros.

COSTOS
El correaje completo para una montura cuesta 300 dólares. Las monturas de palo tienen un precio de  10 dólares y él no las elabora sino que las compra a un distribuidor.

MATERIAL
Los artículos que confecciona  Cortez están hechos a base de suela y cuero, según el pedido del cliente. Dice que  sus productos son más vendidos entre la gente del campo.