Alguien decía que las verdaderas batallas por el poder estratégico no se libran ni por los territorios ni por el control de las materias primas, sino por el supremo poder de emitir la principal moneda de circulación y uso mundial. Y probablemente sea así: la moneda de reserva en el mundo otorga poder político (cómo no someterse, si la moneda ya somete) y económico (financiarse con creación monetaria casi gratuita). Tan es así que algunos consideran que las recientes guerras del Medio Oriente fueron para preservar el poder del dólar en las transacciones mundiales (se preparaban, ya, para adoptar el euro).

En los dos últimos años el dólar se ha venido debilitando como consecuencia de varios factores. El enorme déficit fiscal agravado por las guerras. El déficit externo multiplicado por la falta de ahorro en la economía norteamericana. La percepción de cierta pérdida de liderazgo agravada por las debilidades ante ataques terroristas. Y quizás una cierta impresión de que la sociedad norteamericana ha entrado en una fase de dificultades estructurales tan variadas como problemas de salud, un sistema educativo retrasado o la pérdida de ventajas tecnológicas. En parte realidades, en parte solo impresiones. Incluso había el temor de una enorme explosión antidólar cuando los inversionistas percibieran que había llegado la hora de abandonar masivamente esa moneda.

Del otro lado del océano, la única real fortaleza era quizás la construcción de una nueva potencia supranacional. La percepción de que se unían muchos países, mucha gente, mucha producción, mucha cultura centenaria y que la nueva Constitución iba a ser un paso clave en esa dirección. El euro ya no sería la moneda de un grupo de países unidos, sino casi de un nuevo poder mundial… y de repente, el no en Francia y en Holanda frena este proceso, revierte la dinámica. Un no proclamado por diversas razones: la oposición al gobierno de Chirac en Francia, el temor a la excesiva apertura hacia demasiados países y a una cobertura social muy costosa, la llegada de nuevos inmigrantes, una cierta idea de una Europa de libre mercado, la pérdida de identidad ancestral. De cierta manera, mucho de temor subconsciente porque gran parte de lo proclamado no está en la nueva Constitución (por ejemplo: la pérdida de decisiones propias o el supuesto libre mercado).

Ahora, quizás, volverán las miradas hacia las fortalezas de la sociedad norteamericana: su capacidad de absorber nuevos flujos migratorios, su flexibilidad, su creatividad tecnológica y el desarrollo de mercados competitivos. Y podemos entonces estar en un nuevo ciclo que lleve al dólar por las nubes. Para nosotros este es un tema muy importante: la depreciación del dólar ha dado oxígeno competitivo a los exportadores ecuatorianos, ha tornado al país “menos caro” frente a otros, le ha quitado presión al Gobierno frente a los sectores productivos privados. El eventual encarecimiento del dólar puede revertir esta situación y generar nuevas tensiones. Eso sumado a las intenciones de romper con los equilibrios fiscales puede constituir un coctel muy desagradable.