Las Fuerzas Armadas requieren que su liderazgo político, además de conocer los diferentes elementos de su desenvolvimiento, sea capaz de ajustar los comportamientos humanos, los procedimientos administrativos y las operaciones militares a la misión y a la visión estratégica con la cual se la debe gobernar.

No son hechos espontáneos los acontecimientos del 19 y 20 de abril, que merezcan un análisis parcial, exclusivo  y desvinculado de la crisis política de las otras instituciones. Peor aún que se desconozcan los sucesivos hechos políticos dentro de las Fuerzas Armadas, que no pasaron de una observación por parte del Congreso, traduciéndose en el Ministerio de  Defensa como una tolerancia a los repetidos indicios de provocación política y subordinación pretoriana de la institución militar al ex presidente Gutiérrez.

¿Por qué sorprende tanto ahora el juramento de los miembros del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, si fue tolerado un acto similar cuando, reunidos los generales de la Fuerza Terrestre, realizaron un juramento de lealtad, con la sola diferencia, a la vez que agravante, de habérselo realizado públicamente?

Los correctivos que no se realizaron, progresivamente fueron deteriorando la autoridad del Ministro de Defensa, pero sobre todo los valores institucionales y profesionales, al igual que las estructuras y los procedimientos de Estado Mayor y de Comando en los diferentes niveles de la conducción militar, quedando inocuos en el momento de ponerlos a prueba para tomar decisiones en función de las inmanentes misiones institucionales constitucionales.

No hubo un comité de crisis de seguridad interna para elaborar una directiva estratégica que sea operacionalizada por el Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, con supremacía de la Policía Nacional.

De haber sido así, no se habría tenido una crisis de la fuerza pública dentro de la crisis política, en la que “la Policía quedó fuera, y esa habría sido una razón para la renuncia del comandante Jorge Poveda ” (Blanco y Negro, 23 de abril).

O no se habría tenido la sustitución del frente militar, por el Comando Conjunto ampliado para deliberar políticamente, sin que las recomendaciones vayan al Ministerio de Defensa y luego al Presidente en el órgano regular para estos casos.

La directiva estratégica debió haber previsto la cadena de mando para esta sui géneris situación, y establecido las normas de comportamiento para evitar el vacío de autoridad y mando entre las unidades del Ejército y de la Policía, provocando un ambiente de incertidumbre que no se solucionó, hasta vivir la situación de Ciespal.

Esa ausencia de liderazgo político y luego militar para manejar la crisis no se podía haber solucionado con un juramento movido por la desesperación de verse abandonados al borde del abismo, luego de haber respaldado un decreto de emergencia con absoluta finalidad política.

Es evidente que la inmensa presión social de  graves alteraciones del orden público, embotan las neuronas por temor a las consecuencias de una probable represión, a la cual, por suerte, se conjuraron a no dar paso; pero los fundamentos de la conducción político-militar quedaron en duda, por falta de unidad de mando y control, abandono del liderazgo político y permisividad para que se asuma el mando de unidades militares por personal civil.

Liderar es el arte de guiar, asumir, decidir, actuar, dar la cara y rendir cuentas, tareas que muy difícilmente serán comprendidas por quienes no entiendan la naturaleza de la conducción estratégico-militar de acciones que no están específicamente reglamentadas para situaciones de crisis.