Qué bueno fue haber visto a La Ley así, con todas las ganas de hacer un gran concierto, en la tercera parada de su extensa gira de despedida, en Quito.  La leyenda pop chilena llegó desbocada para terminar la noche del viernes pasado en la capital.

Fue una suerte verlos así, en el escenario del ágora de la Casa de la Cultura. Su espectáculo estuvo repleto de sorpresas, cada canción planificada, cada minuto. Lo que más apreciaron sus fanáticos es que La Ley haya puesto a Quito en la agenda entre las primeras ciudades por visitar.

Su energía fue desbordante, algo que siempre falta cuando termina el recorrido de la caravana musical que se extiende por algunos países durante varios meses.

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No hubo teloneros para esta presentación, lo que permitió que el público, unas cinco mil personas,  se centrara en escuchar los clásicos de esta banda, que según Beto Cuevas, el cantante, este mes cumplía 16 años de vida artística.

Sin duda, las melodías del disco Invisible fueron las más coreadas. Si hay algo que destaca en los temas de La Ley es que la parte rítmica suena más contundente en vivo que en los propios discos. Si por ejemplo, en Aquí, se oye una línea del bombo casi desapercibida, en el escenario Mauricio Clevería hace sonar la repetidora del doble bombo con fuerza, en remates que anuncian las secciones más comprometidas de los coros.

Solo a la sexta canción de su repertorio se oyó Los prisioneros de la piel, el que fuera su primer gran éxito en Latinoamérica.

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Es increíble su transformación desde aquellas épocas en las que eran un quinteto, en 1990. De ellos solo quedan Cuevas y Clevería. El guitarrista Pedro Frugonne fue el reemplazo de Andrés Bobe, que murió accidentado en 1994, aunque en la imagen de la agrupación consta como miembro original.

El resto de músicos en escena son invitados. Archie Frugonne interpretó el bajo, la gutural Titi estuvo en la segunda guitarra, Ely Meza era la corista, Andrés Figueros en los teclados. Y con ellos, canciones como Ámate y Sálvate, Milenio y Día cero, sonaron perfectas.

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Habían tocado unos 53 minutos y hubo un receso, en el que se colocó una batería eléctrica y un sintetizador para Cuevas. Los invitados dejaron el escenario y los músicos originales tocaron un set electrónico que incluyó una versión de Blue monday, cantada con la lírica de Mentira. Fue toda una joya para el recuerdo.

Al regresar todo el conjunto  al escenario, volvió el rock más natural, más guitarrero, con la potencia de los Randal y la nitididez de los Marshall. La fiesta terminó con un diálogo ping-pong entre el baterista Clevería y el público, antes de cantar Cielo market, y sin dar respiro llegó El duelo.

La gente pidió más. La Ley les dio Tejedores de ilusión. La gente pidió más, que no se vayan. Se van, sin embargo, para tomarse un descanso de tres años. Pero prometieron volver.