Hay algunos izquierdistas confundidos que sostienen que la actual insurrección en Iraq está plenamente justificada porque se opone al imperialismo.

¿Cuál es el límite que debe respetar un Estado de derecho a la hora de luchar contra el terrorismo? ¿Puede asesinar para combatir el asesinato? ¿Secuestrar para combatir el secuestro? No está nada claro, pero hay expertos que se arriesgan a contestar estos interrogantes. Entre ellos se cuenta el profesor canadiense Michael Ignatieff, director del Centro Carr de Derechos Humanos de la Escuela John F. Kennedy en la Universidad de Harvard, uno de los politólogos más célebres del mundo, que acaba de presentar en Madrid su más reciente libro, El mal menor, editado en castellano por Taurus.

Ignatieff terminó la carrera de Historia en Harvard y se fue a la Universidad de Oxford y a la Escuela de Altos Estudios Políticos de París. Es autor de la biografía de referencia de Isaiah Berlin, el último gran pensador de Oxford, y de obras como El honor del guerrero, que han dado mucho de qué hablar. La entrevista tiene lugar en el Círculo de Bellas Artes de la capital española.

Pregunta: El comienzo de su libro sostiene que las democracias, para luchar contra el terrorismo, deben usar la violencia. ¿Cuál es el límite? ¿Qué hacer para que no se excedan?
Respuesta: Lo primero que tengo que decir es que ninguna democracia, con excepción de la República del Weimar, ha sido derrotada por el terrorismo. Quienes creen que las democracias son un sistema de gobierno débil están muy equivocados. La democracia es un sistema institucional vigoroso porque genera la lealtad de los ciudadanos. Todo esto son buenas noticias, y voy a dar aún mejores noticias: las democracias pueden en ciertos casos suspender las libertades civiles, incluso por periodos prolongados, y regresar luego a la legalidad absoluta. Ocurre, por ejemplo, cuando adoptan estados de emergencia. Ahora: también voy a dar malas noticias y es que, si bien el terrorismo no ha derrotado a las democracias, sí las perjudica porque las obliga a darle competencias excesivas al poder Ejecutivo, que en esos casos debe poner en funcionamiento los servicios de inteligencia y hacer trabajo sucio. Dicho esto puedo contestar la pregunta: mi libro es una petición para que los Estados de derecho, al luchar contra el terror, preserven el sistema de controles y equilibrios (checks and balances, en inglés), de forma tal que los poderes Legislativo y Judicial le hagan el necesario contrapeso al Ejecutivo. Ese es el desafío.

P:
Usted no rechaza de plano la adopción de medidas excepcionales y el recorte de las libertades.
R: Soy consciente de que el recorte de libertades y la adopción de medidas excepcionales para combatir el terrorismo son cosas peligrosas, pero estoy en contra de esos perfeccionistas que dicen que jamás se deben coartar derechos. Esa tesis no es realista y no lo es porque quienes se dedican al terrorismo explotan la confianza que las democracias dan a sus ciudadanos. ¿Quién iba a pensar, al ver subir a unos pasajeros comunes y corrientes a unos aviones o a unos trenes, que a los pocos minutos iban a estrellar las aeronaves contra las Torres Gemelas de Nueva York o a volar los trenes en Madrid? Nadie. Por eso, y como las democracias tienen que defenderse, es que pienso que en ciertos casos necesitan coartar derechos y recortar libertades.

P:Ya que habla del 11 de septiembre, ¿no cree que la política de la Casa Blanca en Oriente Medio le sirve a Osama Bin Laden para reclutar jóvenes dispuestos a cometer atentados?
R: Esa es una opinión que tenemos miles de personas. Pero seamos exactos: Bin Laden no atentó el 11 de septiembre en Nueva York porque estuviera a favor de la existencia de dos estados en la región de Palestina, uno palestino y el otro israelí. No. Él está a favor de la existencia de un solo Estado que va desde Jordania hasta el mar Mediterráneo: el palestino. Eso significaría la exterminación del estado judío. En conclusión, a Bin Laden no lo contentará ninguna solución legal en Oriente Medio. Otro asunto que está muy claro es que Bin Laden no representa a los palestinos. Si lo hubiera hecho, tendríamos que aceptar que el descontento palestino es la causa de los atentados del 11 de septiembre y eso son tonterías. Y lo son porque nadie que use esas tácticas tiene el derecho de representar a otro. Mi punto de vista es muy simple: no existe ninguna razón, jamás, bajo ninguna circunstancia, que justifique un ataque contra la población civil. Punto.

P: ¿Cree que Iraq está mejor hoy que hace dos años?
R: No lo creo, y eso que apoyé la guerra.

P: ¿Por qué lo hizo?
R: Porque en 1982 estuve en Iraq y vi que el Estado de Saddam Hussein era un estado genocida –recuerde cómo mató con gases a miles de kurdos– que había puesto en marcha un programa para conseguir armas de destrucción masiva.

P: Pero el ataque a Iraq de hace un par de años no fue autorizado por las Naciones Unidas. Fue ilegal.
R: Las Naciones Unidas tampoco dieron su visto bueno para ponerle fin al genocidio en Kosovo. Yo prefiero la justicia sustantiva a la justicia procedimental. Pero, volviendo a la pregunta sobre el Iraq de hoy, tengo que aceptar que lo que ha pasado desde entonces ha sido duro para mí: se confirmó que no había armas de destrucción masiva y que el presidente Bush había mentido. Por si fuera poco, hay algunos izquierdistas confundidos que sostienen que la actual insurrección en Iraq está plenamente justificada porque se opone al imperialismo. Tonterías. Es un ataque fascista contra el sistema democrático que quieren la mayoría de los iraquíes que salieron a votar el día de las elecciones.

P: ¿Cree que el derrocamiento de Saddam Hussein justifica los 100.000 civiles muertos por la invasión estadounidense, según un estudio de la Johns Hopkins University?
R: Yo no sé si esa cifra es correcta.

P: La Johns Hopkins es una gran universidad norteamericana.
R: Sí, pero no sé si ese estudio de la Johns Hopkins y la revista The Lancet sea preciso. Recuerde de cuando nos hablaban de los 500.000 niños muertos en Iraq a causa del bloqueo de las Naciones Unidas. Mucho después descubrimos que había habido decenas de niños muertos pero porque el régimen de Hussein le hizo pagar a la población civil las consecuencias del bloqueo. No dudo de que la mortalidad en esta guerra ha sido alta. Estados Unidos ha cometido todos los errores que era posible cometer, y no lo justifico. Solo hay uno que no ha cometido: irse. Ahora el objetivo es lograr que Iraq tenga una sociedad decente y democrática. Es lo mínimo que les debemos a los iraquíes.

P:  En su libro habla poco de Sudamérica, pero extraña el hecho de que incluye a Colombia, país limítrofe de Ecuador, en una lista de “Estados fracasados” junto a países como Burundi y el Congo. Pero Colombia es, formalmente hablando, una democracia y un Estado de derecho. ¿Se equivocó?
R: Sí. El mismo reclamo me lo han hecho mis alumnos colombianos. Me equivoqué y quiero pedir disculpas públicamente. A veces los profesores de Harvard cometemos errores.

P: ¿Qué sabe de la política de Seguridad Democrática del presidente colombiano Álvaro Uribe?
R: He oído hablar del asunto. Uribe parece un hombre duro y da la impresión de que bajo su gobierno el Estado se ha fortalecido. Yo apoyo las medidas dirigidas a que el Estado colombiano controle todo el territorio. A diferencia de la izquierda europea y latinoamericana, no simpatizo con las FARC. No tengo esa confusión. Al hablar de Colombia, mi problema es de ignorancia y no de parcialidad contra los gobiernos democráticos.

P: ¿Qué razón tiene la izquierda europea y norteamericana para simpatizar con las FARC?
R: Lo que pasa es que para la izquierda, en su mundo lunático, critica a los gobiernos colombianos porque han sido aliados tradicionales de Estados Unidos en la guerra contra las drogas. Los mismos que simpatizan con las FARC creen que Fidel Castro, así como el emergente dictador de Venezuela, son unos héroes. Es una visión opaca, de segundo nivel. ¿Qué puede hacer el gobierno colombiano para modificarla? Explicarse mejor ante el mundo, aunque francamente no creo que esa gente lo escuche: hace mucho tiempo que la izquierda dejó de oír y de pensar. Yo no hago apología del presidente Bush ni de los abusos de los derechos humanos del gobierno de Colombia. Sé que en su lucha ese gobierno no es un ángel –¿quién lo ha sido?–. Pero tengo claro que el remedio para Colombia es un gobierno legítimo y un Estado fuerte. Nadie puede pensar de otra manera.