Desde 1992 en las calles Octava entre Siete de Octubre y Progreso, diferentes personas con mercadería se apegaron a las veredas y vía para vender prendas de vestir, teniendo la venia de algunos dueños de casa y moradores de este céntrico sector de Quevedo.

A esos comerciantes se les otorgó permisos momentáneos para cinco a seis horas diarias de labores. Empezaron poniendo tendidos en el suelo, luego los tradicionales “burros” de madera, y como esos negocios empezaron a crecer, varios almacenes también optaron por ubicar quioscos, por lo que el sector se volvió intransitable al paso vehicular hasta las cinco de la tarde, para luego permitir el tránsito ante el pedido general de que en las noches el lugar debía quedar limpio y vacío.

Pero los comerciantes se cansaron de poner y sacar sus puestos, se multiplicaron, y formaron una gran asociación  en comparación con el número de familias que habitan en la calle Octava.

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Eso despertó la codicia politiquera de los votos, al dejar multiplicar cada puesto por cuatro y hasta cinco posibles adeptos en las filas de los populosos partidos políticos, sin considerarse la obstrucción del ornato, la insalubridad, el desorden e inseguridad.

Han transcurrido 13 años de anacronismo en este sector y hoy se están construyendo otros establecimientos de estructuras metálicas en plena calle céntrica; de hecho, ya existe una muestra de cómo formar el modelo, dicen que es con el apoyo de las autoridades. Sin embargo, dudo en creer tal imprudencia ya que en época de campaña política se nos ofreció reubicar el comercio informal en el espacio vacío que funciona como garaje de alquiler de automotores, desde hace 30 años o más, en la misma calle Octava.

Nuestras calles deben funcionar como tales.

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David Olvera Barcia
Quevedo