Bolivia.- Al momento de escribir estas líneas desde Bolivia, el Congreso boliviano pasa por un momento confuso: un bloqueo en las calles de La Paz está poniendo en peligro la posibilidad de que el Parlamento aborde dos temas encontrados: la convocatoria a una asamblea constituyente y el tratamiento de un referéndum autonomista. El Congreso deberá fijar la fecha de los dos acontecimientos, la Asamblea Constituyente exigida por una mayoría de bolivianos y la autonomía impulsada desde la región rica de Santa Cruz y Tarija. La mayoría andina parece decirle a la élite de Santa Cruz que es hora de que este territorio rico comience a recompensar a la región andina empobrecida, que durante siglos mantuvo la economía boliviana.

¿Cuál llegará primero? Los autonomistas temen que una constituyente, con una presencia mayoritaria de la izquierda, bloquee la autonomía. El presidente Mesa, en un mensaje dramático frente a los que con más claridad lo apoyan, los militares, pidió al Parlamento que encuentre una fórmula que concilie las dos posiciones  y reiteró que las movilizaciones de estos días serán procesadas con el diálogo, sin represión. Pero hay otros temas que rondan: la exigencia de la nacionalización del petróleo por parte de la confederación obrera, el MAS –dirigido por Evo Morales– y la poderosa organización vecinal de Abel Mamani; o el intento del ex presidente Gonzalo Sánchez de Lozada y su grupo político de echar fuego a la situación para congelar el juicio que la Corte Suprema boliviana le ha impuesto por los hechos sangrientos que rodearon a su caída en 2003.

A momentos, parecería que Ecuador y Bolivia enfrentan una situación parecida: una democracia que ha hecho muy poco por combatir la pobreza; una pluralidad que ha sido soslayada históricamente y que ahora ya no acepta dilaciones; las presiones en torno al destino de los hidrocarburos, que en los dos países aparecen como la mayor riqueza; la fuerza de las movilizaciones que, en el caso boliviano, adquieren una forma histórica: los cabildos; y el fracaso del centralismo para conducir países profundamente fragmentados. Todo ello apunta a una reforma política que modifique sustancialmente el sistema político y de representación. La crisis boliviana se agudizó precisamente a comienzos de esta década, cuando un curioso sistema electoral por el cual la segunda vuelta presidencial entre los finalistas es reemplazada por una decisión del Congreso en la que los patriarcas políticos siempre han negociado una presidencia del centro hacia la derecha, tocó fondo. Se desnudó de cuerpo entero al encontrar una fórmula que impidiera la llegada al poder del líder cocalero Evo Morales.

Tal vez la mayor diferencia entre los dos países reside en que en Bolivia existe un sistema de descentralización y de participación popular institucionalizada, que favorece la posibilidad de caminar más a fondo en la reforma política. Lo de Ecuador, puede quedarse en un maquillaje que obedezca a los caprichosos equilibrios políticos que caracterizaron la Constituyente de 1997 y socavaron la imagen del Congreso en los últimos años, hasta volverlo, a diferencia del caso boliviano, en un conjunto de personalidades oscuras que apenas si se representan a sí mismas, cuando no confunden sus identidades en las componendas.