Con la misma indiferencia que pudiera atribuirse a un muro de piedra y cemento, ha permanecido el Gobierno actual de Colombia frente a las solicitudes, reclamaciones, quejas y protestas de nuestros gobernantes por los nefastos resultados de las fumigaciones a base de glifosato. Todos o casi todos los canales de ley han sido empleados por nuestro país y los medios de comunicación han mostrado pruebas contundentes de que tanto los seres humanos como los animales y vegetales son afectados por dicho químico.

El glifosato, conforme es de lógica elemental, no se limita a arrasar los sembríos de coca sino que produce graves daños a la salud de los seres vivientes y de su entorno.

Pero “no hay peor sordo que el que no quiere oír” y peor aún en casos como este en que hay de por medio el respaldo del país más poderoso del planeta, que tiene el mayor interés de que llegue a “feliz término” el Plan Colombia.
No es casualidad que en los mismos Estados Unidos se abra paso día tras día la batalla en defensa de la ecología.
Por razones difíciles de entender, Estados Unidos es al mismo tiempo defensor de la vida y de la Casa del Hombre, y se niega a suscribir acuerdos como el que intenta proscribir las minas contra las personas. Ello, pese a que lo ha firmado el resto de los países del mundo. Y a pesar también de que tales artificios de muerte se encuentran diseminados por todos los continentes.

Para citar tan solo un ejemplo cercano, doy el de la frontera ecuatoriano-peruana. Pese a que los dos países están retirando dichas horrendas minas, el proceso es largo y suele durar varios años.

Con la esperanza de ser escuchado en su pedido, nuestro Gobierno planteó desde el comienzo de este drama una solución fácil de cumplir por nuestros vecinos del Norte: que las fumigaciones aéreas tengan una especie de zona límite de 10 kilómetros del Ecuador.

En crónicas anteriores acerca de este problema dejé constancia de la aparente buena voluntad de acoger la petición ecuatoriana, en el caso de que se compruebe la maligna influencia de los químicos empleados para destruir los sembríos de coca. Incluso, fue integrada una comisión binacional, con la participación de representantes de los dos ministerios de Relaciones Exteriores.

Pero cuando parece a punto de culminar con felicidad el desencuentro, surge de pronto alguna posición u observación colombiana que vuelve a poner a fojas una el problema.

Me satisface destacar que, desde el comienzo de su labor, nuestra Cancillería ha demostrado la firme voluntad de hallar una salida a este problema. Los últimos reportajes de prensa efectuados en la zona fronteriza de fumigaciones testimonian los graves daños causados a nuestros compatriotas y al medio ambiente por el glifosato.

El botellero piensa que es la hora de abrir una ventana en el muro de cemento y atender la justa petición ecuatoriana.