La procesión del Corpus Christi, realizada la tarde del sábado pasado, convocó a más de dos mil feligreses, aproximadamente, según cálculos de la Policía.

Los católicos concurrieron a la avenida 9 de Octubre y Malecón Simón Bolívar, sitio donde empezó la marcha religiosa y que concluyó con una misa en la iglesia  Catedral pasadas las 19h00.

El recorrido empezó a las 16h30. Estuvo presidido por monseñor Antonio Arregui, arzobispo de Guayaquil, y contó con la participación de delegaciones estudiantiles, movimientos religiosos y devotos que conmemoraron, según la tradición católica, el milagro de la conversión total del Cuerpo y la sangre de Cristo en la hostia santa y el vino.

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La banda de guerra del colegio San José La Salle encabezó el recorrido, lo siguió un carro alegórico desde donde monseñor Arregui dirigió la procesión que avanzó en medio de cánticos, rezos, lecturas bíblicas y otras demostraciones de fe que realizaron los asistentes. Félix Jiménez fue uno de ellos. Apoyado de su bastón caminó con dificultad, siguió la marcha de cerca a pesar de sus 54 años y sus problemas de salud. Rezó y cantó con fervor, Llegó solo de su natal Milagro, pues para él la procesión del Corpus Christi es la oportunidad de pedir a Dios por el Ecuador.

“Hay que rezar con mucha fe. Ojalá que con estas peticiones el Espíritu Santo de Dios cambie el país”, explicó.

En el recorrido de la procesión del Corpus Christi hubo cuatro estaciones antes de llegar a la iglesia  Catedral, donde se efectuó una misa con la que concluyó la jornada. En el trayecto desde algunos balcones se lanzaron pétalos de rosas en señal de veneración y respeto.

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La actividad en el casco comercial de Guayaquil no se interrumpió, el clima estuvo fresco y se apreciaron pocos vendedores ambulantes de agua embotellada y estampas religiosas.

La multitud marchó despacio. Los organismos de socorro, como la Defensa Civil, no registraron inconvenientes en la salud de los fieles.

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A pesar del fresco clima, Shirley Calderón sudó mientras empujaba la silla de ruedas en la que sentada su madre, Piedad Bustos, no paraba de cantar ni levantar sus manos. La devota de 78 años no había asistido desde hace dos años impedida por la fractura en una de sus piernas producto de una caída.

“Es lo más sagrado, lo más divino, lo más sublime, el cuerpo de Cristo”, comentó con la esperanza de poder asistir el próximo año “si hay quien me traiga”, dijo mientras miraba su escapulario.