Quisiera estar equivocado, pero mucho me temo que las buenas ideas del Ministro de Economía podrían acabar en un estrepitoso fracaso. Trataré de explicarles por qué.

Los ministros de Finanzas de los últimos años han estado convencidos todos de que el libre mercado puede resolver por sí solo los problemas de nuestra economía, y que si nos va mal ha sido únicamente por la dañina intervención del Estado, que no deja al maravilloso mercado actuar como debiera. Pero todos los intentos que se han hecho para cambiar esa realidad han terminado en un fiasco absoluto.

Al inicio, el ministro de Finanzas de turno logra imponer alguna medida neoliberal de moda que nos vacía el bolsillo y nos atenaza el estómago. Luego descubrimos, aterrorizados, que todo sigue igual, que el país no despega y que el desempleo se extiende. Entonces comienzan las explicaciones: “no me dejaron trabajar”, “tuve que enfrentar poderosos intereses”, etcétera.

Es como el aficionado a la escultura que un buen día decide modelar su obra perfecta (¿“La belleza desnuda del libre mercado”, quizás?) pero luego de los primeros fracasos comienza a buscar responsables: “los vecinos hacían demasiada bulla”, “mi mujer está gorda y no es una musa inspiradora”, etcétera.

Si alguien tiene el poder político en sus manos y no lo puede usar para cocinar una economía saludable (sin ayuda de las remesas de los emigrantes y sin precio del petróleo alto) es simplemente porque su receta no funciona. Así de sencillo. Las fuerzas del mercado son demasiado poderosas como para ignorarlas, pero de allí a creer que actuarán en beneficio de los seres humanos hay una distancia insalvable.

El problema con el ministro Correa es que podría ocurrirle lo mismo pero al revés. Porque también hemos tenido ministros de Finanzas que han creído que a la economía se la puede manejar desde las alturas del Estado, y esa receta tampoco sirve. Dos o tres funcionarios geniales, encerrados en una oficina gubernamental, pueden idear el mejor plan de inversiones del mundo, pero en la calle y en los centros de trabajo es otra cosa.

Al Ministro de Finanzas se le ha ocurrido una excelente idea: emplear los recursos del Seguro Social para generar producción y empleo invirtiéndolos en el petróleo. Sería una excelente idea… si no fuese porque esos dineros no le pertenecen al Ministro de Finanzas sino a los afiliados y jubilados, que desconfían profundamente, y tienen sobrados motivos para hacerlo. No hay nada más parecido a la cueva de Ali Babá y los cuarenta ladrones que Petroecuador y sus filiales.

El mercado es ciego, sin duda, pero el Estado es manco y cojo. Los únicos que podrán dirigir algún día la economía hacia un rumbo acertado serán los ciudadanos democráticamente organizados: los afiliados al Seguro Social, los jubilados, los trabajadores, las amas de casa, los empresarios honestos. Solo ellos tienen derecho a decidir qué se hace con el dinero del Seguro Social. Lo demás son buenas ideas que se perderán en el vacío.

El Ministro de Finanzas ha dicho que sus antecesores imitaban al Pájaro Loco. Aunque sea una comparación acertada, me pareció innecesariamente subida de tono.
Cuidado vaya a sugerirle alguien ahora que no imite él al club de Toby, ese grupito de niños despistados que tomaban sus decisiones sobre un árbol y entre cuatro paredes.