Cuando toda la liturgia de la Iglesia se expresaba con la latina lengua, la solemnidad que hoy celebramos la del Cuerpo y la Sangre de Cristo se llamaba la festividad del Corpus Ch risti. Y más resumidamente aún, la festividad del Corpus.

En esa renombrada fiesta, que se hacía siempre en jueves, nuestros bis y tatarabuelitos no dudaban en echar para mostrar el gozo de tener a Jesucristo en la sagrada hostia- la casa por la ventana.

Era un día de jolgorio universal: con estreno de vestidos, con comidas y con bebidas superiores, con globos y cohetes, con desfiles y retretas, con dulzuras y entretenimientos para todas las edades, con limosnas a los pobres de solemnidad, y con esfuerzos por amar un poco más a Jesucristo.

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Uno de los acontecimientos más notables de aquel día era la llamada procesión del Corpus: sacar a nuestro Dios de su prisión de amor que es el sagrario, y pasearlo, oculto bajo la apariencia de un redondo y blanco pan, por las calles adornadas de los pueblos.

Nuestros bis y tatarabuelitos, con un valor enorme, sufrieron los embates del laicismo anticristiano. Y sus nietos y bisnietos, en aras de la paz, dejaron que la procesión del Corpus no se hiciera como antes. De modo que se fue perdiendo la celebración en la memoria de la población costeña.

No así en la Sierra. Allí la procesión del Corpus, anclada en la profunda religiosidad indígena, se mantuvo en muchos sitios. Aunque ciertamente fue creciendo más su dimensión profana, alimentada por los incentivos del folclórico turismo, que la fe en el sacramento de la eucaristía.

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Algo parecido ha sucedido en muchos sitios del planeta. Y por eso el Papa Grande, el recordado Juan Pablo, al señalar el modo de vivir el año de la eucaristía, propuso que nos esforzáramos, en este cero cinco, por celebrar la procesión del Corpus con solemnidad.

Las cosas, evidentemente, ya no son como eran antes. Las ciudades son enormes y asfixiantes. Los peligros otro tanto.
Las familias, muchas de ellas recluidas en fortificadas ciudadelas, abandonan sus viviendas para descansar los fines de semana.

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Estos y otros ingredientes de la vida en nuestro siglo, obligan a que con frecuencia, al menos en la gran ciudad, se tengan varias procesiones. Las cuales, aparentemente, no resultan tan lucidas.

Si es esto lo que nos sucede, debemos recordar que lo importante es el amor. Es eso lo que el papa Benedicto XVI, en la romana procesión del Corpus de este año, ha querido subrayar a todo el mundo: “Llevamos a Cristo, presente en la figura de pan, por las calles de nuestra ciudad. Encomendamos estas calles, estas casas, nuestra vida cotidiana, a su bondad. ¡Que nuestras calles sean calles de Jesús! ¡Que nuestras casas sean casas para Él y con Él!
Que en nuestra vida de cada día penetre su presencia”.