La capital azuaya vivió diez días de teatro, música y danza de Brasil, Colombia, Perú, España y Ecuador.

La segunda Bienal de Artes Escénicas que se desarrolla en Cuenca, culmina hoy en el escenario del Teatro Sucre.
Finalizan diez días de teatro, música y danza de Colombia, Brasil, Perú, España y Ecuador.

Como parte de esa propuesta, el miércoles pasado se presentó el grupo peruano Yuyachkani, que en quichua significa ‘Estoy pensando’. Trajo la obra titulada  Adiós Ayacucho.

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El escenario se inundó de un  olor a eucalipto, mientras dos actores ocupaban las tablas. Había cortinas negras, velas, flores y una especie de féretro.  Débora Correa, que interpreta la flauta, y Augusto Cazafranca, que asume varios personajes –los principales son el de un cómico de la región y Alfonso Canepa–, pusieron en escena un cuento del escritor peruano Julio Ortega, adaptado por Miguel Rubio Zapata.

Canepa, de ocupación agricultor y dirigente comunitario de Ayacucho, en diálogo con el cómico de la tradición peruana, relata cómo la guardia militar lo destrozó y pasó a formar parte de los desaparecidos entre 1980 y el 2000.

Tiene la oportunidad de ver a su familia y amigos mientras va camino a Lima a reclamarle al gobierno partes de su cuerpo. Desde una carreta que lo traslada ante la falta de sus piernas, vive el horror de la violencia y la represión y las andanzas de las familias que buscan a sus muertos o desaparecidos.

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A su intención de encontrar su cuerpo y darse sepultura, se junta la necesidad de entregar al Presidente de la época una carta donde le cuenta lo sucedido y pide que interceda para evitar más hechos de violencia, “o lo recordaríamos por el número de muertos”.

La carta no fue leída. El desenlace deja una puerta de esperanza que siempre se centra en la niñez. Los aplausos son intensos como lo es el olor del eucalipto que aún persiste y forma  parte del ritual campesino para velar a los muertos.

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La obra tiene otra versión, que se centra en el papel de la mujer que acompaña el velatorio. La interpreta Débora Correa, quien toca instrumentos musicales andinos, matizados con melodías fúnebres en quichua. “La idea es que la mujer cobija a este hombre y a través de los instrumentos le da aliento para que pueda seguir”, dice Correa. La obra fue estrenada hace quince años, en épocas en que la violencia se acrecentó y llegó de los pueblos a la ciudad.

Adiós Ayacucho, Antígona  y Rosa cuchillos  hablan de los Derechos Humanos. El grupo recorrió con ellas los lugares donde había muertos y desaparecidos. También se exhibieron ante grandes audiencias, en plazas, para animar a que la gente se exprese.

En Adiós Ayacucho la cultura andina es el eje, brilla la identidad de los peruanos y del área andina. “Es una invitación a honrar la memoria, ser capaces de recordar para que no se repitan los hechos. Una memoria frágil va a ser propicia para ser manipulada. Una conciencia que se nutre de su propia identidad va a ser capaz de plantearse con sus obligaciones y exigir derechos”, señala Cazafranca.

“Preferimos contar los hechos de nuestro país, eso no es que no reconozcamos la confrontación con la cultura universal, más bien el teatro en la medida que se vuelva más local tiene mejor posibilidades de confrontarse en una cultura universal”, refiere.
  

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