Hemos llegado a un punto de deterioro en las instituciones políticas de nuestro país, que para lo único que  sirven es para obtener un medio fácil y rápido de lograr un estatus socioeconómico, aunque sea por medios no morales, como la corrupción.

En efecto, el “político” común y corriente en nuestro medio solo quiere llegar a un puesto público para servirse, no para servir a la comunidad. Es su objetivo el enriquecimiento lícito o no; es su dogma “el fin justifica los medios” de Maquiavelo.

Su materialismo, no el filosófico que ya sería algo digno, es el vulgar; su apego por lo material es tan grotesco que solo puede tratar de entendérselo también en una grotesca  sociedad de consumo como en la que vivimos.

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En un contexto así, ¿de qué democracia hablamos? ¿Cómo puede haber democracia en un pueblo donde campea la miseria? ¿De qué democracia hablamos si los poderes político y económico siguen concentrados en pocas manos, y lo que es peor, en las mismas manos?

¡Ya se fueron unos! ¡Ya están aquí los otros! ¡Ya les quitaron el poder! ¡Ya lo tienen los otros, otra vez!
Mientras no cambie el sistema, nada cambiará. No es cuestión del nombre de quien esté sentado en el sillón presidencial. ¿Por qué no les hicieron caso al glorioso pueblo de Quito cuando les pedía que se vayan todos? ¿Por qué creen que se los pedían? ¿Acaso han olvidado que “la voz del pueblo es la voz de Dios”, o la voz de ese pueblo solo sirvió para botar a Lucio?

¡Ojalá que pronto se les acabe la historia de enriquecimiento ilícito y falsas promesas al pueblo. Felizmente, nada es para siempre, porque hasta el cáncer que devora al cuerpo termina muriendo con el cuerpo al que destruyó!

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Dr. Eduardo Idrobo Coppiano
Guayaquil