Luego de los insólitos episodios protagonizados por un grupo de empleados del Ministerio de Educación y Cultura, que debieron haber recibido del presidente Alfredo Palacio un rechazo más claro y firme, y pasada, además, la racha de mediocridad protagonizada por el gutierrismo en ese Ministerio en el último año y medio, es posible imaginar lo que allí pueda ocurrir en términos de la cultura.

Si la ministra Consuelo Yánez quiere impulsar una línea inédita en ese campo, se me ocurre que la ocasión es propicia. Estamos en un periodo de transición, y es en esos instantes donde ocurren iniciativas que refrescan los viejos comportamientos estatales.

Lo digo a propósito de dos hechos: el documento surgido del último festival de cine de Cuenca y las posiciones que se encuentran elaborando varias decenas de artistas que preparan en Quito una propuesta de políticas culturales desde su percepción y sus necesidades.

El documento de Cuenca propone, a más de una nueva ley de cine, la inclusión, en las negociaciones del Tratado de Libre Comercio, de una salvaguarda cultural.
Hasta el momento, el tema del TLC no había abordado sino los temas estrictamente comerciales, cuando se trata de un acuerdo con impactos sobre el conjunto de la vida de los ecuatorianos. Abordar el tema de la cultura abre un nuevo espacio en un asunto que se iba asfixiando en el debate nacional.

Por otra parte, los artistas que han trabajado en comisiones en Quito van a presentar propuestas muy concretas de políticas culturales.

Es posible que en los dos casos las aspiraciones superen el escenario del Ministerio de Educación y Cultura; pero el Ministerio puede establecer un diálogo inédito con los creadores ecuatorianos para acordar acciones conjuntas frente al propio Gobierno o al Congreso. Si en materia de cultura se abriera ese debate, se establecería el diálogo que permita que los creadores incidan en las políticas estatales, se estaría dando un paso fundamental.

Es posible que las demandas exijan recursos. Y es posible también que por allí vuelvan a aparecer los macroeconomistas para alertarnos sobre el peligro de entregar recursos a los que, seguramente para ellos, constituimos, los escritores, los cineastas, los artistas visuales, los músicos, los teatreros, los danzantes, un sector digno de sospecha, algo así como uno conjunto de “artistas vagos” que solo son merecedores de misericordiosos auspicios y nada más, para parafrasear una desafortunada expresión acuñada por León Febres-Cordero en los años ochenta a propósito de los sociólogos.

¡Cuidado vayan a caer los recursos del Feirep, que les pertenecen a los especuladores financieros, en manos de artistas vagos!, exclamarán los macroeconomistas que fundan sus tesis sobre los prejuicios en contra de todos los que no piensan como macroeconomistas.

La cultura no tiene recursos en el país. Las acciones culturales del Estado están dispersas en instituciones anacrónicas o empobrecidas. No creo que aquello vaya a cambiar. Lo que sí puede cambiar es el lugar que puedan ocupar los creadores de la cultura en las políticas estatales. Y la ministra Yánez tiene la oportunidad de iniciar el reconocimiento a esos ciudadanos que se ocupan en humanos sueños, ocupación más noble que acuñar o especular con los doblones de oro ajenos.