Hace ya veintiún años, del 24 al 27 de julio de 1984, tuvo lugar en Guayaquil el Primer Congreso Nacional de Asociaciones de Médicos y Profesionales del IESS, por iniciativa del Comité Ejecutivo presidido entonces por el Dr. Roberto Santos Ditto. La idea central era unificar criterios relativos a la prestación médica que ayudaran a una mejor administración de la entidad. Fue un trabajo serio y responsable el que llevaron a cabo los congresistas, representantes de todas las provincias ecuatorianas.

Podría decirse que fueron estudiados todos los problemas que inciden sobre el Instituto y que repercuten negativamente sobre los afiliados. De esta clase son las memorias publicadas oportunamente sobre el evento.

Los temas oficiales fueron: I. ‘Política de salud en el Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social’; II. ‘Problemática técnico-administrativa de la prestación médica’; y III. ‘Problemática clasista’.

Tengo la casi certidumbre de que en el curso de los veintiún años transcurridos, la Federación Médica habrá llevado a cabo otros congresos o que lo habrán hecho otras entidades de los trabajadores del Estado. Pero de lo que sí estoy seguro es que los problemas que hoy enfrenta el IESS han crecido al ritmo que han aumentado las necesidades sociales. Destaco entre los trabajos tendentes a modernizar el IESS, el largo y minucioso estudio realizado por la más reciente comisión interventora en el Instituto. Con la circunstancia de que todavía esperamos los ecuatorianos el fruto de tan donoso escrutinio.

La frase introductoria del discurso del presidente Santos Ditto, extraído de un texto del médico alemán Rodolfo Virchow, resume el pensamiento humanista que inspiró el congreso: “Los médicos son los abogados naturales de los pobres y los problemas sociales caen en su mayor parte dentro de su jurisdicción. La medicina es una ciencia social y la política no es otra cosa que la medicina en gran escala”.

Durante la larga vida del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social el hombre multitud ha sido víctima de incontables frustraciones y engaños en lo referente a recibir las medicinas recetadas por los médicos de hospitales y dispensarios.
Existe desde los tiempos del rey Pepino un desfase total entre lo que recetan los médicos y la mezquina y casi nula provisión de fármacos que hay en las boticas del Instituto. Salvo que tenga lugar algún milagro de San Biritute, el afiliado debe comprar los medicamentos en boticas particulares, pagando a veces con lágrimas la irresponsabilidad de los obligados por la ley a entregarlos.

Todos los afiliados teníamos gran expectativa de que las cosas iban a cambiar cuando los trámites engorrosos y centralistas desaparecieran. Pero cuando se ha roto los impedimentos de leyes y reglamentos caducos, los burócratas han aumentado trabas y argollas.

El clamor general es: ¿Hasta cuándo, padre Almeida?