Entre las iluminadoras encíclicas que escribió Juan Pablo II con sapiencia y corazón, la que nos impacta de un modo excelente es la última: Ecclesia de Eucaristía. En verdad, la Iglesia vive de la Eucaristía, pues la Eucaristía, presencia salvadora de Jesús en la comunidad de fieles y su alimento espiritual, es lo más precioso que la Iglesia puede tener en su caminar por la historia.

Logísticamente, el Cenáculo es el lugar de la institución de este Santísimo Sacramento. Efectivamente, en aquel lugar Jesús reunió a sus discípulos diciendo: “Tomen y coman todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por ustedes”. Después tomó en sus manos el cáliz del vino y les dijo: “Tomen y beban todos de él, porque este es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por ustedes y por todos los hombres para el perdón de los pecados”.

De este misterio pascual nace la Iglesia, por eso la Eucaristía está en el centro de la vida eclesial. Esta realidad comienza en la Iglesia primitiva como narran los Hechos de los Apóstoles: “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones”, advirtiendo que la fracción del pan es la celebración de la Eucaristía, o Misa. Lo importante es que luego de dos mil años seguimos reproduciendo aquella imagen primigenia de la Iglesia.

Si la Iglesia vive del Cristo eucarístico, de Él se alimenta y por Él es iluminada.
Comentando dicha encíclica se dice en ella que la Eucaristía es misterio de fe y, al mismo tiempo, misterio de luz. Cada vez que la Iglesia la celebra, los fieles pueden revivir de algún modo la experiencia de los discípulos de Emaús: “Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron” (Lc 24,31). La Eucaristía es un don por excelencia porque es un don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación.

Si bien es cierto que Jesús permanece en la Eucaristía y oculto en el Sagrario de cada templo o capilla, la Iglesia ha dispuesto que el Santísimo Sacramento, que preside y mora en los lugares sagrados, sea llevado en procesión de fe y amor, con motivo de la solemnidad de Corpus Christi, por las calles de las ciudades y pueblos en medio de cantos y oraciones, así como Jesucristo anduvo por ciudades y campos de toda la Palestina del tiempo del Señor.

A tan piadosa procesión de fe, de amor y gratitud a Jesús Sacramentado ha convocado nuestro pastor, monseñor Antonio Arregui, a todos los sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles católicos mediante una circular, evento religioso que se efectuará el sábado 28 del presente mes de mayo, desde las 16h00, a cuyo efecto una comisión está trabajando en la respectiva preparación y organización.