En medio de incertidumbres crecientes los cancilleres de 104 países se reunieron en Chile, en una Cumbre por la Democracia. La conclusión final reflejó el compromiso hacia la cooperación internacional para consolidar los principios democráticos. La Declaración de Santiago puso énfasis en el desarrollo económico de los países para luchar contra la pobreza, fortalecer las instituciones democráticas y asegurar la gobernabilidad.

El tema de la democracia es recurrente y actual, porque debe ser tratado y debatido en todos los escenarios y no solo en los de las élites políticas y económicas, es decir, en las “cumbres”, sino con la gente del Estado llano, con los ciudadanos y ciudadanas que formamos la sociedad civil.

La razón es obvia: el Estado es la sociedad jurídicamente organizada y no depende exclusivamente de los mecanismos de representación, que por ahora han fracasado. Tenemos que aprender a vivir la democracia, como sistema de gobierno y sobre todo como estilo de vida, como un modo de ser en el hogar, en la escuela, en el trabajo y la comunidad. Y ahí, precisamente, está el problema de fondo, porque nos hemos quedado en las formalidades, en las estructuras organizacionales, mientras las estructuras mentales y valóricas se mantienen bajo patrones de dominación y en ocasiones de sumisión.

Si combinamos esta reflexión con las situaciones que ha vivido el Ecuador en los últimos años –y recientemente con la caída y fuga del presidente Gutiérrez–, las conclusiones son realmente preocupantes. Pero hay esperanzas.

Cuatro puntos serían la clave para fortalecer el sistema democrático, hoy lamentablemente caracterizado por la inestabilidad, la corrupción y la impunidad. Es urgente, en primer lugar, la articulación de la gobernabilidad a procesos reales y efectivos de inclusión económica, política y social. La pobreza es realmente incompatible con la democracia. En segundo lugar, se debe promover la educación cívica y política desde los primeros años de escolaridad, a fin de que se geste progresivamente una cultura democrática. En tercer lugar, es necesario plantear una reforma integral del Estado con nuevos partidos políticos, nacidos de la ciudadanía y no de cúpulas que fortalecen los cacicazgos y los grupos de poder económico y político; y en cuarto lugar, se requiere una agenda básica  para resolver los problemas en emergencia: la salud, la educación, el empleo, la justicia y la seguridad humana.

Es injusto, en este contexto, acusar al Ecuador en el sentido que ha “aprendido” a tumbar presidentes. Lo que sucede es que el Ecuador se ha dado cuenta –aunque tardíamente– de que eligió mal a sus gobernantes o que sus mandatarios violaron la Constitución y no cumplieron sus promesas electorales.

Por eso, la construcción de la democracia plena depende de varios factores: de leyes, por supuesto, pero también de aprendizajes, procesos y cambios, a veces dramáticos, que el pueblo ejerce para respetar y hacer respetar su soberanía violada por aquellos que juraron defenderla.

Cuando los gobiernos se distancian de la sociedad y utilizan el poder no para servir, sino para servirse de él, se consolidan las clientelas y populismos. Por lo tanto, la democracia es un proceso mental antes que una norma; es un valor de carácter social, ético y estético; y una actitud frente a la vida. Y este proceso pasa necesariamente por la educación política y la participación ciudadana.