Los ecologistas aseguran que, al ritmo actual de deforestación, en menos de 150 años se destruirá por completo este pulmón vegetal de la Tierra.

El gobierno del presidente Luiz Inácio Lula da Silva recibió ayer una andanada de críticas por su política ambiental, que no ha logrado frenar la destrucción de la amazonia brasileña, que sigue un ritmo de 8.600 campos de fútbol por día.

Según las más recientes cifras del Ministerio del Ambiente, entre agosto del 2003 y agosto del 2004 fueron arrasados 26.130 kilómetros cuadrados de selva amazónica.

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Se trata de la segunda tasa oficial más alta desde que en 1995 se  destruyeron  29.050 kilómetros cuadrados.

Este proceso es impulsado por la expansión agrícola y pecuaria y por el corte de madera para consumo interno y exportación. Al ritmo actual, en menos de 150 años se destruirá por completo este pulmón vegetal de la Tierra, según los ecologistas.

El Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés) advirtió que la amazonia brasileña ha perdido ya el 17,3% del total de su ecosistema original.

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Brasil responde por el 2,51% de las emisiones mundiales de gas carbónico. Pero la quema forestal eleva la cifra al 5,38% y el país salta desde el octavo al quinto lugar en la lista de los que más emiten gases invernadero, según la organización World Resources Institute.

El gobierno brasileño reconoce que en 25 años, colonos, agricultores, campesinos, madereros y mineros destruyeron 551.782 kilómetros de selva, lo que equivale al 14% del total de la amazonia o al territorio de Francia.

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Mientras que Greenpeace dijo que casi la mitad de la deforestación (48%) ha ocurrido en el estado de Mato Grosso, cuyo gobernador Blairo Maggi es el principal productor privado de soya en el mundo, con una factura de  532 millones de dólares en el 2003.

Un pequeño grupo de indígenas de la amazonia  brasileña que nunca tuvo contacto con el mundo exterior corre el riesgo de  desaparecer, víctima de la explotación de la selva, alertó en  París la entidad internacional Survival.

Según esta organización no gubernamental, compañías que buscan maderas nobles en la región de Río Pardo, en los estados de  Amazonas y Mato Grosso, obligan a estos indígenas a retroceder y adentrarse  más en la espesura de la selva brasileña.