En seis ensayos Carlos Piñeiro Íñiguez analiza las ideas políticas ecuatorianas del siglo XX. Se aborda la  identidad nacional, la situación indígena e indigenista, y las obras de Benjamín Carrión, de Agustín Cueva, de Leopoldo Benites y de José María Velasco Ibarra.

Pensamiento equinoccial, seis ensayos sobre la nación, la cultura y la identidad ecuatorianas tiene dos características originales: el estar redactado por un embajador argentino, y el reemplazar las generalidades con una detenida mirada sobre cuatro ensayistas que  dejaron huellas: Benjamín Carrión, Agustín Cueva, Leopoldo Benites Vinueza y José María Velasco Ibarra.

Su autor es Carlos Piñeiro Íñiguez, con estudios en economía, relaciones internacionales y filosofía. Actual embajador en el Ecuador, realiza con este libro una mirada desde afuera de lo que realmente se ha interiorizado, de lo que está en el interior, concepto que Piñeiro aplica, a su vez, al indigenismo en el Ecuador.

Publicidad

Y es posible afirmar que se trata de una mirada exterior desde el interior, porque existe, a lo largo de estas páginas, un reconocimiento del Ecuador en el universo intelectual latinoamericano, que aún no lo había realizado un autor ecuatoriano.

Se miran las particularidades ecuatorianas como integrantes de un proceso regional, como puede hacérselo solo desde afuera, pero apoyándose en cuanto se ha escrito adentro.

Carlos Piñeiro parte de algunos elementos de identidad del país que han marcado un modo de ser de la república: su encierro andino, su desarticulación regional, y una limitante adicional: la debilidad del circuito cultural que asfixia a esfuerzos, como el surgido a inicios del siglo en Guayaquil con los narradores del treinta, y que se convierte en “el drama de la intelectualidad crítica” carente de “una tradición y una corriente donde inscribirse”.

Publicidad

En los ensayos en torno a los cuatro ensayistas ecuatorianos, Piñeiro comienza subrayando el carácter suscitador de Benjamín Carrión, el ecuatoriano que durante el siglo XX más próximo ha estado a las corrientes y los cenáculos intelectuales de América Latina. El autor destaca esa capacidad de Carrión de convertir el desencanto que vivió frente a los intentos de sectores europeos de marginar a América Latina y particularmente al Ecuador de los procesos de construcción de Occidente, en pasión por América y en un “recrudecimiento patriótico” con respecto a su país.

“En la reivindicación de lo ecuatoriano y americano, Carrión salía al rescate de la condición humana; y si el costo era rebelarse contra la historia y el orden social, estaba dispuesto a afrontarlo”, afirma Piñeiro, para interpretar algunas de las tomas de posición de Carrión, tal el caso de su defensa de la revolución cubana, como resultantes de profunda ética, más que una posición ideológica.

Publicidad

Piñeiro es, tal vez, con otro argentino, Fernando Beigel, el primero en detenerse a leer la obra de Agustín Cueva en sus varias dimensiones: su angustia por el Ecuador, su mirada histórica sobre América Latina, su condición de sociólogo y su pasión literaria. Ese difícil intento por trazar una mirada dura, “oscura” (dice Piñeiro) de la historia ecuatoriana, y pasar a recorrer con mayor frialdad los procesos latinoamericanos; o ese otro intento: aproximarse a la cultura y a la literatura ecuatorianas con una perspectiva de clase, sin perder de vista el carácter estético de las creaciones.

“Si existiera en nuestra América una biblioteca de ciencias sociales como Dios manda, el lector inadvertido debería encontrar en ella una extensa cantidad de libros, artículos y folletos escritos por Agustín Cueva”, son las palabras con las que Piñeiro abre el breve ensayo sobre este “hijo de su tiempo”, expresión que se ajusta especialmente a la trayectoria crítica de Cueva.

El libro desemboca en el tratamiento de un cuerpo de pensamiento que un dramático proceso político ha ensombrecido: el pensamiento y la producción intelectual de Velasco Ibarra. Pero no estamos, para Piñeiro, ante dos versiones del mismo personaje, alejada una de la otra. Las dos, en un momento de crisis, constituían, para Piñeiro una manifestación  de los “nacionalismos populares latinoamericanos” para evitar así el término peyorativo de “populismo”.

Piñeiro ha juntado en el libro, personajes que en la realidad se confrontaron apasionadamente. Cueva fue el mayor desmitificador del velasquismo, al tiempo que Velasco menospreció el pensamiento del sociólogo. Benjamín Carrión se enfrentaría en su momento a un Cueva que buscaba una renovación de las instituciones y las visiones culturales; y conviviría episodios de amor y de desacuerdo con un Velasco Ibarra con quien fundó en 1945 la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Y con ellos, un Leopoldo Benites que habló, fundamentalmente, desde la hondura de sus libros, escépticos algunos; un personaje de “dimensión americana”, afirma Piñeiro, en el que asombra el modo cómo mira el devenir histórico ecuatoriano desde su punto de partida: Guayaquil, donde nació y murió; autor de uno de los libros ecuatorianos más originales en su construcción, a caballo del ensayo y la ficción: Argonautas de la selva; y del extraordinario Ecuador: drama y paradoja.

Publicidad