¡Qué ternura! ¡Ya lloro! ¿Sí leyeron la cartita que escribió Jacobito al país? O sea, más que una cartita era una cartota, porque ocupa casi media página del periódico. ¡Qué esfuerzo que le debe haber costado! Porque a un niño como él, escribir tanto le debe agotar.

Más que una carta, como su autor mismo dice, es un poema.
Pero, claro, como el poeta es un niño, todavía no sabe escribir bien, pues. Pero ya ha de ir mejorando, sobre todo en puntuación.
Porque más que poner puntos y comas, los tira por ahí, donde caigan, lo cual revela que el niñito no tuvo buenos profesores.
¡Qué va a haber tenido, si, como lo hemos visto, en lugar de ir a clases se pasó instalado en el Congreso, hablando por celular con su papito y dando órdenes a los diputados para que cometan todas las arbitrariedades que cometieron! Y ahí los diputados le han de haber malformado porque, para qué también, son los peores maestros que pudo haber escogido Jacobito. Ellos le han de haber dicho que ponga punto. Y coma. ¡Y por eso es que se ha de haber engordado tanto el pobrecito!

De los puntos suspensivos tampoco sabe mucho que se diga. En lugar de los tres reglamentarios, pone una cantidad. Bueno, es que talvez él ha de creer que, mientras más pone, más suspenso crea.

Y sí crea mucho suspenso, francamente, porque en su largo poema convierte a su papacito en víctima, hasta el extremo que el lector se pregunta, ¿y qué habrá hecho el papacito, tan bueno, tan santo, tan altruista, para que haya tenido que salir a Panamá, fugado?

Pero ¡qué pena!, el poeta no entra en esos detalles, que seguramente le darán argumento para su segunda gran oda, con la que entrará a la historia de la literatura. Ahí nos contará cómo su papacito puede vivir tan cómodamente en Panamá sin nunca haber trabajado, cómo gasta la plata en los casinos y cómo sacó en costales la plata que mandó a cambiar en el Banco Central el último día de su gobierno. Y nos contará lo de la mochila escolar.
Y todo mismo.

¡Qué lindo que ha de ser ese poema! Fu, mucho mejor que este que publicó, porque ha de comenzar cruda, descarnadamente, contando cómo el poeta, o sea el mismo Jacobito, administró las Aduanas en el gobierno de su santo padre y cómo festejó el primer millón de dólares que obtuvo después de un trabajo tan arduo, y todo ello cuando era muchísimo más niñito de lo niño que es ahora. Y también nos contará, con inspiradas metáforas, cómo hacía el poeta, o sea el mismo Jacobito, para destrozar las discotecas en las que entraba a divertirse y cómo salía con sus amiguitos de los hoteles, sin pagar la cuenta.

Aunque el poeta afirma que no quiere seguir compartiendo con los ecuatorianos los sufrimientos, en cambio sí quisiéramos que los ecuatorianos compartieran con su papacito algo, por lo menos algo, de las delicias de su exilio, su vida de jeque a costa de las magras pensiones de los jubilados, de la salud de los enfermos, de la comida de los presos, y que viniera a responder ante la justicia por los cargos que se le imputan y por los cuales huyó.

Pero bueno, como el niño poeta recién comienza a expresarse, sí ha de haber tiempo para que en sus sucesivos poemas nos siga poetizando sobre su vida. Y sus milagros. Ojalá.