Woody Allen  ha vuelto a romper el infranqueable cerco de su aislamiento para acudir, una vez más, a la llamada del mayor escaparate de cine del mundo, donde presentó ayer su película anual, que con regularidad incansable regala a su fiel audiencia europea desde hace casi dos décadas. A sus 69 años, menudo en su aspecto físico y un tanto cohibido por la imponente presencia de periodistas, Allen se mostró agradecido por la cálida acogida que ha obtenido, fuera de concurso, su filme, Match point en la segunda jornada del certamen francés.

“Los críticos aquí casi siempre me han tratado bien, no puedo quejarme”, comentó el célebre director neoyorquino, como reacción quizás a la extrema frialdad con la que suele tratarle la crítica de su país.

“Si en raras ocasiones asisto a un festival de cine es sinceramente por falta de ganas. Además, nunca he creído en la competición dentro del mundo del séptimo arte. Normalmente prefiero quedarme en casa, cómo en un sillón, sumergido en mis guiones. Pero al considerar que los franceses siempre han sido tan encantadores conmigo no pude rechazar esta invitación”, dijo Allen.

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En efecto, esta temporada es realmente de excepciones en la carrera del realizador, que ha roto con Match point su fidelidad incondicional a Manhattan para rodar por primera vez una película por entero en Londres. “La historia hubiese funcionado en cualquier ciudad del mundo, pero creo que esta fue la acertada. Pude captar la flema inglesa a través de sus actores, que fueron muy generosos e incondicionales; y sobre todo el clima, su constante cielo grisáceo me ayudó a enfatizar el drama, a hacer un buen trabajo. Fue una experiencia tan valiosa que no veo la hora de volver”, aseguró.

De hecho, Allen ya se ha remangado la camisa para comenzar este verano el rodaje de su próxima película que será ambientada nuevamente en los escenarios londinenses.

Y es que hace años que las películas de Woody Allen son ninguneadas en su propio país. La anterior, Melinda y Melinda, presentada el pasado septiembre en el Festival de San Sebastián (otra de las importantes muestras de cine europeas), no ha llegado a las salas de EE. UU. Y Match Point ni siquiera tiene distribuidora en EE.UU.

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Tanto es así que para rodarla, Allen se ha asociado con la BBC. “He rodado por décadas en Nueva York, pero ahora allí las cosas han cambiado mucho. Prevalece cada vez más la interferencia en tu trabajo de quien te financia el proyecto y, por ello, quieren intervenir en todo: en la selección del elenco, en el guión, en las locaciones. Detesto que la gente me diga lo que tengo que hacer. Me gusta que me den el dinero y hacer lo que creo más conveniente,  y eso fue precisamente lo que me sucedió en Londres, obtuve el financiamiento y nada de intromisiones”, señaló el cineasta.

La película, estupendamente realizada, cuenta la historia de Chris, un profesor de tenis que trata de medrar en la alta sociedad británica trabando amistad con Tom, un joven de gran alcurnia. De tanto frecuentar su casa, termina casándose con la hermana. Pero surgen los problemas cuando aparece la novia de su amigo, una actriz americana que trata de hacerse un hueco en la escena inglesa.

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Para esta trama, que algunos afirman rinde homenaje al estilo clásico de Alfred Hitchcock, lo que corrobora el signo europeo de su estilo, Allen ha preferido no aparecer en la pantalla, convencido de que su imagen, asociada con la comedia, “arruinaría una película seria como esta”.  Esta vez ha contado con un grupo de jóvenes actores entre los que destacan el irlandés Jonathan Rhys Meyers y, sobre todo, su nueva musa, la prometedora y atractiva Scarlett Johansson (Nueva York, 1984). “Me alegra no tener que encasillarme en un género determinado”, intervino la actriz, sentada a un costado de Allen. “ Le huyo a esos papeles para teenagers en inocuas comedias, que pocas veces ofrecen un buen retrato de nuestra generación. Por eso, ha sido muy divertido trabajar con Woody y lo haré nuevamente con gusto en su próximo proyecto”, afirmó. Los tres concitaron la atención al pisar la alfombra roja.

NOTAS

De Iraq y Japón
Kilómetro Cero del kurdo iraquí Hiner Sallem, y Bushing del japonés  Masahiro Kobayashi, presentadas en competición ayer, trajeron a Cannes dos  temas graves: la guerra y el drama de las personas que sufrieron la condición  de rehenes. 

Primera vez
Kilómetro cero es la primera película iraquí que compite en el Festival de Cannes. Está dirigida por Hiner Salim, un kurdo que reside en Francia y regresó a su patria para filmar la cinta tras la caída de Saddam Hussein.

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Talento mexicano
Sangre, tragicomedia de humor negrísimo, es el primer largometraje de Amat  Escalante, que también se presentó ayer en la selección Una Cierta Mirada del  Festival. El filme revela un nuevo talento del cine mexicano, para el que los  críticos no han escatimado elogios.