Luego del ajetreo político que hemos vivido en el Ecuador durante los últimos lustros, no podemos pensar que el paso de un aliento contaminado a otro totalmente clorofílico va a darse de la noche a la mañana. Hay que presionar, hay que estar encima de los funcionarios públicos de todos los poderes para que las ofertas se vayan cumpliendo y las conductas se vayan adecuando a las nuevas exigencias sociales, pues ninguna ocurrirá simplemente por las leyes físicas de la inercia o de la gravedad.

Eso parece estar pasando con el Congreso Nacional que reaccionó, todavía a tiempo para no perecer, luego de que había regresado a lo mismo eligiendo a un Tribunal Supremo Electoral que volvió a ser integrado por antiguos miembros de los clanes políticos –incluso con alguien que fue miembro de la reciente Corte Suprema de facto que tanto daño causó– haciendo a disgusto el esfuerzo inmenso de sintonizar con los reclamos de la gente, al separar definitivamente de su seno a los diputados que tuvieron una actuación escandalosa y bochornosa en un hotel de Lima, difundida por todos los medios informativos locales y algunos internacionales. El Congreso, por fin, ha llegado a percatarse de que la ciudadanía ha tomado conciencia de su poder de participación cívica y teme ser defenestrado como lo fue Gutiérrez por su patológica sordera que no le permitió escuchar y menos entender el clamor popular.

Pero no obstante lo dicho y lo sucedido, se debe tener muy claro que los “forajidos” no siempre serán dueños de la razón, porque si así fuera nos veríamos obligados a cerrar las puertas de las instituciones republicanas y abrir otras no muy democráticas donde los que manden no sean los elegidos o designados de forma ortodoxa de conformidad con la ley sino las asociaciones amorfas aunque bienintencionadas que dicen carecer de líderes, pero a las que le van saliendo cabezas directivas a medida que el tiempo avanza y las oportunidades se presentan.

El pueblo tiene que ser escuchado en una democracia que se precie de participativa, pero eso no quiere decir que las reglas legales en juego hayan dejado de existir. Está bien que se pida revocar el mandato de quien no cumple con sus compromisos y programas políticos, mas no podemos auspiciar el caos y desmantelar al país, so pena de llegar a predios vecinos a los dictatoriales, si acaso a la dictadura misma.

Según Saramago, la conciencia del ser humano es individual y por eso no se puede definir la identidad de un pueblo. En el caso ecuatoriano, aunque sea difícil establecer su identidad, por lo menos es posible decir con seguridad y certeza, que ese pueblo no quiere, en política, más de lo mismo, por lo que necesita hacer reformas profundas pero en el marco de la ley, sin imposiciones de nadie, ni de los viejos caudillos ni de los partidos políticos ni de los “forajidos”, y sin perder de vista que el país no aguanta más torpezas gubernamentales ni más peleas internas que terminen devorándolo.