Guayaquil es beneficiaria de un excelente ejercicio de gobierno municipal que ha realizado una verdadera regeneración urbana. Única en el país e irrepetible en muchas ciudades que carecen de la belleza y amplitud de nuestro río. Transformación que ha determinado un cambio de actitud en la juventud. Ha despertado su interés por nuestra historia, la trayectoria del desarrollo económico, hasta de la vida diaria, costumbres y el futuro. Esto lo constatamos mediante las frecuentes visitas que cientos de estudiantes, ávidos por tal información, realizan al Archivo Histórico del Guayas.

Los cambios realizados en la urbe desde la alcaldía la convirtieron en atractivo espacio turístico, que hoy es timbre de orgullo ciudadano. El trayecto comprendido entre el cerro Santa Ana y Las Peñas a lo largo del malecón hasta la Plaza de la Integración (Mercado Sur), no solo se refleja en la apariencia de la ciudad sino en la actitud de las personas. Se ha recuperado la tradición del conocido “fresco de don Silverio”, de la expansión familiar, de lo artístico y ensoñador del ambiente, todo aquello que caracterizó la vida y costumbres guayaquileñas.

Esta transformación va más allá de la simple armonía lograda entre la nueva obra y la ciudad de ayer. Verdadero cambio socio-urbano que ha recuperado espacios de hacinamiento del desorden, de suciedad y patanería, que sobrevivieron como reminiscencias de administraciones pasadas que llevaron a la ciudad al caos y desprestigio total. La regeneración urbana, de la Guayaquil que sentimos cada vez más nuestra, sepultó para siempre esta degradación sistemática en el que el populismo chabacano y procaz la sometió. Sepultados por la mugre física, moral y política se debatían sus espacios más representativos.
Monumentos y calles, lugares tan emblemáticos como la Plaza del Centenario, eran punto de encuentro de la delincuencia amparada por el populismo y como negocio de pipones, mancillaba a toda hora a sus habitantes y la memoria histórica de la urbe.

Son flagelos sufridos por nuestra sociedad, como lo fueron aquellos incendios, fiebre amarilla, bubónica, terremotos, que asolaron la ciudad desde tiempo inmemorial y que el espíritu luchador guayaquileño superó para siempre. Hoy, desde una administración eficiente, que planifica el desarrollo socio-urbano, que paulatinamente asume competencias para vencer al centralismo, que hace palpable el destino de los impuestos, se estimula al ciudadano a ser mejor. Por eso la ciudadanía ha respondido masivamente a serenas convocatorias porque sus miras y perspectivas, han apuntado a los intereses de la ciudad y sus aspiraciones autonómicas.

Sin embargo, ningún triunfo será completo sin reformar la educación. Toda esta enorme obra pública que enmarca a la sociedad y hermosea al Guayaquil pujante, quedará reducida a nada si la Corporación Municipal, los empresarios y la sociedad civil, no enfrentamos juntos el desafío de acabar con la pobrísima educación fiscal que se imparte a los estudiantes, particularmente entre las clases menos favorecidas. Pírrico triunfo resultará este embellecimiento y transformación, si no educamos ciudadanos capaces de hacer honor a la herencia recibida y liderar el continuo progreso de nuestra ciudad. Convoco a las fuerzas sociales y cívicas a unirse en apoyo de procesos e instituciones que hagan posible este cambio. Es una deuda social con la ciudad y su historia.