Cuenta la leyenda quiteña que el padre Almeida se encaramaba todas las noches sobre un Cristo para escapar del convento. El Cristo, al verse reducido a un simple “pie de gallo”, le reclamó su gesto más de una vez: “¿Hasta cuándo, padre Almeida?”.

-“Hasta la vuelta, Señor”.

Almeida solo se curó de espanto cuando una noche miró a un cortejo fúnebre que llevaba a sepultar su propio cuerpo.

Sin embargo, el Congreso Nacional no escarmienta, a pesar de haber mirado cómo las manifestaciones de abril arrastraban su cadáver por las calles de Quito.
Allí, no ha pasado nada.

La elección de la Corte Suprema sigue entrampada, hasta asegurarse una composición “equitativa” entre los partidos.

Escogieron como su nuevo presidente al veterano Wilfrido Lucero, para que no quepa duda de cuánto desprecian todas las exigencias de renovación.

Como si eso no fuera suficiente para burlar la rabia social, eligieron como miembro del Tribunal Electoral a la misma funcionaria de Álvaro Noboa que expulsaron de la Corte Suprema.

Y se guardaron el secreto del escándalo en un hotel de Lima, pues las noticias llegaron a los corrillos apenas ocurrieron los hechos; y es difícil pensar que los diputados no lo supieran, cuando todos los periodistas comentaban el asunto mientras los actores y los encubridores de Lima ocultaban las pruebas. Reaccionaron cuando el agua les llegó al cuello. Y lo hicieron con un hecho vergonzoso: reuniéndose, otra vez en secreto, para dilucidar lo público y una vez que a “alguien” le cayó al pelo destapar el escándalo, y enviando una comisión para que reafirme lo que ya se sabe, mientras se alcanza un acuerdo político sobre la expulsión de los implicados.

Cuando la gente grita en la calle que “se vayan todos”, un cándido Wilfrido Lucero responde con cara de yo no fui: “No somos todos”, sin darse por enterado de que el rechazo no es a la mayoría de Lucio Gutiérrez sino a dos décadas y media de enjuagues partidistas.

¿Qué buscan quedándose? ¿A quién le quieren ganar un poco de tiempo? ¿No perciben que algo huele a podrido debajo de sus curules? ¿No escuchan el debate que ocurre afuera, por ejemplo la inédita decisión de una asamblea en Carchi de nominar la terna para gobernador en un acto destinado a recuperar algo de la representación perdida?

Yo personalmente, les recomiendo que miren un reportaje filmado por Andrés Barriga a propósito de los 25 años de democracia. Allí podrán los diputados escuchar a sus líderes derramando incertidumbre y desconcierto por la herida, confirmándonos que los partidos políticos se han construido en el país sobre los cadáveres de sus enemigos, que todo se ha reducido a una disputa constante, a un conflicto cíclico. Allí podrán observar a los líderes de sus partidos nada más que quejándose de su propia suerte y “endilgándole” al país sus propias desgracias. Decenas de minutos de filmación de una patética confesión de incapacidad para conducir al país, sin un solo mea culpa. Arrogantes todos, prisioneros de sus pequeñas verdades, de sus melancólicas vanidades.

Tal vez frente a los rostros y las palabras erráticas de sus líderes, los congresistas vean, por fin, pasar su propio cadáver frente a sus ojos.