Cuando escuchamos hablar de educación personalizada, pensamos que el profesor se compromete a estar encima del niño como si este fuese su único alumno. Esto se conoce como “clases particulares”.

Tampoco se trata de regresar a la educación que recibían los príncipes en los siglos pasados. El alumno debe educarse, como ser sociable que es, dentro de un aula con otros compañeros.

Los últimos años ha cambiado mucho el entorno en el que se mueve nuestra juventud. El desarrollo tecnológico y la globalización les permite acceso a gran cantidad de información: una muy valiosa, y que indiscutiblemente supone un adelanto respecto a épocas pasadas, pero también se encuentran con cosas inadecuadas para su edad. Los resultados negativos ya se comienzan a ver en la sociedad: crecimiento de violencia en las escuelas, retrasos en la madurez de los adolescentes, desequilibrios psíquicos y afectivos impropios de la edad, etcétera. Se comprueba la vieja teoría de que para lograr un perfecto desarrollo de la persona, hay que agotar, llenándolas de contenido adecuado, cada una de las etapas del crecimiento sin saltarse ninguna de ellas. La educación se debe preocupar no solo de los aspectos académicos y cognoscitivos, sino de la formación integral de la persona.

¿Cómo lograrlo? Buscando la plena integración de los dos responsables de impartirla: la familia y la escuela-colegio. La familia, y principalmente los padres, deben preocuparse tanto de la formación académica como de la educación sexual, en valores, en costumbres, de la filosofía de la vida y de las relaciones interpersonales, entre otras. Resumiendo, deben formarles en criterio y coherencia. Por otra parte, la escuela-colegio cumple una función siempre complementaria en la educación, con fines propios.

La familia y la escuela-colegio, en la educación de la juventud, tienen una responsabilidad compartida. El maestro y el preceptor son las personas capacitadas para ayudar a los padres a entender adecuadamente el proceso cognoscitivo y formativo de su hijo, a la vez que deben dar a este un trato adecuado a sus circunstancias personales. Los padres apoyan con sus conocimientos informales, pero reales, el actuar del hijo en la labor docente. Ambos transmiten valores intelectuales, estéticos, éticos, afectivos, sociales, físicos, políticos y económicos. Deben tener por tanto objetivos y planes de acción comunes.

La plena integración de la familia con la escuela-colegio, logrando la armonía entre las dos partes que inciden principalmente en la educación, es una de las claves para la formación de la persona. Esto posibilita la elaboración de planes de acción adecuados para cada alumno, que cubran todas sus necesidades. De este modo podemos conseguir que la educación sea acorde a las circunstancias reales de cada persona.

Nadie conoce mejor a sus hijos que los padres, sus necesidades y carencias, sus defectos y virtudes, sus limitaciones y sus potencialidades, así como las influencias que reciben del entorno en el que viven. Solo ellos pueden lograr que la persona crezca, desarrolle y potencialice sus capacidades y vaya viviendo, de modo adecuado a su edad, cada una de las etapas del crecimiento.

*Director de Orientación del colegio Torremar