Esta elegía Juan Pablo es obra de un gran escritor enemigo de los juegos de espejos de la autopropaganda y de las barajas de la crítica interesada

Jacinto Cordero Espinosa me ha remitido su más reciente libro, Juan Pablo, elegía. Y de la mano del poema escrito cuando murió su hijo, he tenido un reencuentro con la poesía sin edad, sin tiempo, sin adornos ni figuras literarias, sino la poesía desnuda de artificios de la inteligencia, pero llena del amor humano; sabia más por sus estremecimientos que por sus afirmaciones.

Pienso, mientras garabateo esta nota, en lo bien que le calza la frase de García Lorca para describir la obra de Neruda: “Más cerca de la sangre que de la tinta; más cerca de la muerte que de la filosofía”.

El poema por la muerte de su hijo Juan Pablo tiene, desde el inicio, la sobria grandeza de una plegaria:
“No en la tierra, en mi corazón / duermes ahora para siempre / pequeño hijo mío, /  mi sangre como la savia a la flor / restituye tu hermoso rostro / que resiste al viento de la muerte”.

Descubre, luego, el caminar al revés de los relojes y los calendarios:

“Vuelves a tus diez años terribles, / caminamos de la mano sin llegar / por lejanas llanuras sucesivas, / por montañas doradas por el sol  de la tarde, / el crepúsculo como un mar / apareja sus navíos / donde duerme amortajada / tu infancia”.

Sumido en la lectura de este libro impar, se conversa con el niño al filo de la almohada, acerca de la escuela y de las pajarinas canciones matinales. O se repite, con los ojos cerrados, las dulces oraciones aprendidas de labios de la madre.

Todo el pasado vuelve a ser presente; retorna a la risa y a la soledad.

Recuerda Jacinto Cordero el día en que empezó a desdoblarse en su Juan Pablo:

“Estás en el pan que como, / en el triste y ácimo sabor / del alimento y las lágrimas, / en el amor duro y hermoso / con que te hice”.

Esta elegía Juan Pablo es obra de un gran escritor enemigo de los juegos de espejos de la autopropaganda y de las barajas de la crítica interesada. En su Cuenca inefable y recoleta, él trabaja morosamente su poesía, con la paciencia y la fe del artista y artesano que confecciona los elementos sagrados de una religión.

Así, ha realizado una elegía a la que podemos anticipar sin duda el calificativo de clásica.