Sobre el estante de libros del consultorio del doctor Octavio Ortiz, en  la clínica Kennedy de Guayaquil, reposa una placa de madera y metal, agradecimiento firmada por Miguel Merlo, de 36 años, y Jazmín Tapia, de 31.

Junto a la foto de los mellizos Miguel Ángel y Joselyn consta el versículo 27 del primer libro de Samuel: “Por estos niños oramos y Dios nos escuchó”. Es la súplica de Ana, la madre del profeta, quien por muchos años sufrió por no poder quedar embarazada.

La historia bíblica -dice la pareja-  perfila la lucha por tener hijos que llevaron adelante durante más de siete años.

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Jazmín visitó varios médicos que la sometieron a diferentes tipos de tratamientos, desde la medicación constante hasta cirugías de ovario y de miomas en el útero. En uno de aquellos intentos, ella quedó embarazada pero perdió al bebé, lo cual le causó una profunda depresión.

El doctor Ortiz fue el cuarto especialista que visitaron; él le efectuó una laparoscopia quirúrgica (que consiste en la introducción de una minicámara para observar y curar las lesiones) que halló disfunciones en sus trompas de Falopio.
Una vez corregidas, retomaron la medicación. Pero no hubo resultados positivos.

Fue entonces cuando la pareja decidió viajar a Miami (Estados Unidos) para realizarse una Fertilización in Vitro (FIV); es decir, la aspersión de óvulos y espermatozoides para juntarlos en el laboratorio y luego implantar  embriones en el útero. A ella le colocaron dos.

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Tras el procedimiento le dijeron que solo había “prendido” o anidado uno de los embriones. Pero a las pocas semanas escuchó los latidos de dos corazones. La mujer regresó al país cuando tenía 20 semanas de embarazo.

Una madrugada, el doctor Ortiz recibió la llamada asustada de Jazmín. “Estaba perdiendo un líquido transparente por la vagina”, recuerda ella. El médico la citó a su consultorio y le efectuó una ecografía que confirmó la terrible sospecha: la membrana que recubría a uno de los fetos estaba rompiéndose.

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En ese tipo de casos, la literatura médica recomienda dar por terminado el embarazo. “Yo no quise hacerlo porque me constaba todo lo que esa pareja había hecho por tener a sus hijos”, dice Ortiz.

Jazmín fue ingresada en la clínica Kennedy de la Alborada. Permaneció en cama durante 20 semanas, haciéndose exámenes de sangre y control ecográfico diariamente, porque cualquier infección ponía en peligro la vida de sus bebés y la propia. El médico la visita dos o tres veces al día.

Al cumplir 30 semanas (un embarazo normal dura 40 semanas), Ortiz le aplicó un medicamento para madurar los pulmones de los niños, el cual causó una infección. Por ello  fue sometida a una cesárea.

Ambos bebés fueron llevados a una incubadora, aunque fue Joselyn la que tuvo más problemas respiratorios. Incluso, fue sometida a una cirugía del pulmón derecho y, durante su primer año de vida, tenía que usar oxígeno.

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Ahora corretean saludables por la casa: los niños por los que tanto oraron Jazmín y Miguel Ángel cumplieron dos años el pasado 22 de abril.