Hace poco tiempo, en una reunión de amigos escuché decir a Medardo Mora, rector de la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manta, que “con una reacción de la sociedad civil, sin líderes ni partidos políticos, se iniciará la transformación del país, y de ella surgiría un presidente capaz de entenderla y ejecutarla”. Lo primero ha sido casi una adivinación, para lo otro… Esperemos en Dios encontrar alguno salido de la protesta nacional que comprenda que el Ecuador es un país en plena evolución social, que no está dispuesto a tolerar una defraudación más. Que los demagogos entiendan bien que, ante tanta vacuidad y promesas incumplidas, existe una especie de agotamiento colectivo; que aquel a quien el Estado le negó educación, que no tiene recursos para discernir ni elegir bien, pronto no será más su soporte electoral. Y que la sociedad civil ha paladeado el poder que tiene y vigilará el cumplimiento de las transformaciones que demandan su estabilidad y solución de problemas.

No es que nos propongamos hacer leña del árbol caído, sino que no podemos pasar por alto lo ocurrido en Quito. Vimos a una ciudadanía ilustrada y su juventud, harta de soportar la mediocridad, la chabacanería y la mentira como política de Estado. En acción social y cívica, por tercera vez se movilizó para echar a otro gobierno inepto y terminar con la administración de un nuevo improvisado. Pacífica pero con firmeza, despidió a quien no tuvo sensibilidad para entender los mensajes de una sociedad postergada, ni estatura de estadista para aprovechar el excepcional precio del petróleo, para fomentar la producción y el comercio, como generadores de riqueza, empleo y tranquilidad social. A quien una alegre fiesta de reparto, de nepotismo escandaloso, de contubernio entre compadres, agnados y cognados, oscureció más aún su comprensión de los problemas nacionales.

Al ciudadano decepcionado, saturado de falsedades, bastó un radiodifusor comprometido con la ciudadanía y la democracia, para despertar su civismo y conmocionarlo hasta el delirio. La amenaza del posible retorno del circo, la vulgaridad y la vergüenza también acicateó esta reacción civil incontenible. No fue un líder ni partido político desgastado en la componenda deshonesta del consabido “maletín”. Bien por nosotros los ecuatorianos, pues una sociedad civil en alerta nos hace vislumbrar las transformaciones y mejores días que requerimos para no vender nuestro honor mendigando trabajo en tierra extraña.

Hay otro punto que rescatar de este levantamiento contra la inoperancia agresiva y desafiante del aprovechado pupilo de enseñanzas previas y expertas. La juventud motivada, que fue entrevistada en las calles quiteñas, se manifestó a favor del régimen autonómico, solidario, que busca el desarrollo nacional y la reunificación de la familia ecuatoriana. Y aliada en procurar el enriquecimiento humano, político y social; todos bajo un sistema que garantiza mayor eficacia y responsabilidad ciudadana. Esto significa que el centralismo sectario y excluyente ya tiene oponentes dentro de sus propios predios. Nos demuestra que la voluntad autonomista no solo está en la Costa y evidencia que los jóvenes, a quienes escuchamos opinar, han llegado a la convicción que esta reestructuración política del Estado restará la concentración de poder en el Ejecutivo, indispensable para mejorar nuestra aún débil democracia.